"Sentido Común"

   Existen letras: veintisiete. Con ellas se han creado poesías, novelas y se han expresado ideas maravillosas. Pero éstas, ordenadas, remiten siempre a una realidad conocida; concreta o abstracta y, en ese sentido, siempre son metáforas.   Sin embargo el tenerlas a disposición no es garantía que se pueda hacer algo que valga la pena. Para que así suceda se requiere de muchas condiciones: inteligencia, sensibilidad y una gran dosis de sentido común. Pero ese sentido es difícil y no se conquista o se logra fácilmente. Jacinto Benavente decía que “es mas fácil ser genial que tener sentido común”
 Las grandes obras clásicas suelen ser, precisamente, aquellas que logran, a través de una historia o una teoría, plasmar ese escaso sentido; tal vez sea por eso que la humanidad vuelve una y otra vez a esos manantiales. La filosofía griega es una muestra sobresaliente de sentido común.    Cuando se sobrepasa el natural temor que, lamentablemente rodea a la filosofía, y se tiene paciencia para adentrarse en sus preguntas e  intentos de respuestas, es asombro lo que suscita. Asombro porqué todas las personas, sobre todo en la infancia, nos hemos hecho preguntas similares.
  Pero ¿porqué? La respuesta no es fácil. Quizá sea que nos cuesta mucho mirar la obviedad, lo natural. Pero allí comienza otro problema. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de lo “natural”. Volvemos a las dificultades. 
  Sin embargo cuando se lee a Dostoievski o a Aristóteles se presencia una obra de Shakespeare o Ibsen el asombro que causan se debe precisamente a que identificamos rápidamente los rasgos mas característicos del genero humano.  Estos genios de la humanidad conocen profundamente al hombre. A través de sus historias presenciamos como muchas veces el odio, la envidia pero también la pasión y el amor moldean los destinos. Creo que es por eso que los clásicos son eternos: nos muestran la complejidad que somos de una manera sencilla.

Miércoles 30 de Septiembre de 2015, 20:30

"El doctor"


   El hecho protagonizado por él “doctor” no puede justificarse y es reprochable desde todo punto de vista. Faltó a las más elemental  regla de educación: el respeto con que debemos tratarnos unos a otros. Demostró, con su manera de actuar, qué es un hombre poco razonable, lo que, en muchos casos puede provocar tanto o más daño que el que puede producir un hombre malo.
  Pero al mismo tiempo a muchos nos ha sorprendido el nivel de violencia y crueldad con que se lo ha tratado en las redes sociales, en muchos casos aun más que la utilizada por él. Nos parece que se olvida que detrás del personaje hay una familia, hijos, amigos, a los que también afecta.
  Muchos sostienen que, pese a la vertiginosa evolución tecnológica de los dos últimos siglos, el hombre, en lo esencial, no difiere mucho del que vivía en las cavernas o vitoreaba a los gladiadores romanos. Dicen algunos psicólogos que  muchas personas, impulsados por las propias frustraciones y amarguras, buscan constantemente un chivo expiatorio con quien desahogar su propio fracaso.
  Generalizar siempre es peligroso, pero algo de cierto hay en muchos de los casos en las expresiones que se pueden observar en estas redes sociales, pues de otra manera no se entiende.

  En una preciosa novela de Evelyn Waugh, su protagonista, Sebastian, le dice a un amigo que “comprender es perdonar”. 
El gran Nicanor, con su lucidez, nos ha dicho que en su "Autoretrato" que el hombre es un "embutido de angel y bestia"

   Nadie sabe qué es lo que ocurre en el corazón humano. Es probable que muchos de los que hoy tiran piedras, mañana puedan convertirse en los apedreados.

"Los perros de Hanna"

     Cómo cada tarde Hanna se sentó en su mullido sillón a leer sus sesudos libros de filosofía. A sus pies descansaban, somnolientos,  sus dos perros: Geronimo y Beto. De vez en cuando, si algún pasaje le llamaba la atención o le parecía muy bien redactado, lo leía en voz alta. Ambos perros levantaban las orejas y la miraban fijo, con cara de interrogación. La tarde del miércoles pasado se sorprendió por la belleza de un intercambio epistolar entre dos filósofos de mediados del siglo pasado. Al llegar a la exposición de un muy buen argumento, comenzó a leer en voz alta. Los perros, como era costumbre, se levantaron y comenzaron a rodearla sin parar de menear las colas.
     Hanna miró el reloj y advirtió que ya era hora de partir a hacer sus clases. Habiéndole parecido que Gero y Beto habían sospechado la belleza de lo leído, fue hasta la cocina y extrajo de un frasco un par de galletas con sabor a carne. Los llamó desde la cocina, repartiéndole una galleta a cada uno. Luego se puso el abrigo y salió. Cuando estaba a punto de subirse al auto, reparó en que no llevaba el libro que debía devolver a la biblioteca. Al entrar observó sorprendida que Gero, el mas anciano de los perros, había dado un mordisco desprendiendo buena parte de la galleta. Beto, el más joven, se apresuró a apropiársela mordiéndola. Hanna dijo: “”Que conducta es esa Beto?. Que desilusión! Yo pensaba que sabias compartir y ahora me sales con esta!

   Apenas lo dijo, Beto votó la galleta muy cerca de Gerónimo mirándola arrepentido y luego, escondió su cabeza culpable entre sus patas cortas.

(Basada en una historia semi-real)

Lunes 20 de Septiembre de 2015, 21:52

"LLamandola"



Francisco la llamó con el alma. La llamó a cada paso que daba por esas calles melancólicas en una primavera que le parecía invierno. La llamó con el corazón, con  sus pulmones. La llamó gritándole al mar que se la devolviera. Su vida se iba entristeciendo cada día. Pasaron años y siguió llamándola porque ella había sido su amor y lo mejor de su vida.

Domingo 27 de Septiembre de 2015, 22:30

"No hay caso"


   A Fito siempre le gustó el cine. A los dieciocho años tuvo que ceder a la presión de su padre y escoger cualquier carrera “más realista” que estudiar cine. Las amenazas de hambre vencieron fácilmente su resistencia. Escogió publicidad, con la esperanza que ello le daría la posibilidad de filmar comerciales.  A los treinta y dos años no había filmado nada y su trabajo se reducía a intentar retener los escasos clientes que su agónica empresa mantenía.
   Una tarde en que debía visitar a un empresario con fama de malas pulgas se encontró con que el cliente era una clienta y, a pesar que tenia el cargo de gerente general, vestía como una  hippie de los años sesenta.
  Hablaron toda la tarde y, a los pocos días, comenzaron una relación. Daniela lo convenció rápidamente que el Apocalipsis estaba por llegar y que había que buscar refugio.
 Durante varios meses y después de desechar varios lugares recónditos, decidieron vender todo lo que tenían – él, solo un pequeño departamento subsidiado – y comprar una parcela de cien hectáreas en una isla desolada en el sur de Chile.
De lo único que no se desprendió Fito fue de sus tres cámaras fotográficas.
   Los primeros meses fueron lleno de sacrificios pero pronto se fueron acostumbrando y levantaron una sólida casa, con un inmenso fogón central. Cada tres meses se turnaban para ir al continente y comprar víveres; llevarlos era temerario: tres transbordos en aguas turbulentas.

    A los cuatro años tuvieron su primer hijo y con él llego la buena fortuna; Fito ganó un concurso internacional de fotografía y pronto lo contactaron para diversas publicaciones  especializadas en ecología. Con el premio compró una pequeña cámara y comenzó a filmar la vida cotidiana de su familia en aquellos desolados parajes. Volvió a ganar, esta vez, en un festival de cortometrajes. El premio les alcanzó para comprar un departamento en pleno centro de Santiago.   

Sábado 26 de Septiembre de 2015, 22:00

"Cerrar los Ojos"



    A los doce años Isabel ideó cómo hacer que los malos momentos  pasaran rápido. Se lo debió a su padre quien, con cada vez mayor frecuencia, llegaba ebrio. En una oportunidad en la que, tambaleándose subió a su pieza  gritando ¡“tu madre es una puta, una puta ¿me entiendes? Puta!  Isabel cerró los  ojos con fuerza y cantó en su interior la canción que mas le gustaba “arroz con leche, me quiero casar…” mientras pensaba que sólo los abriría cuando el olor nauseabundo de alcohol y vómito se hubiese desvanecido. Media hora después Isabel escuchó a su padre roncar. Pasaron quince años. Cuando  decidió abrirlos, se enfrentó a un gran edificio corporativo: en una esquina, en letras de bronce se leía: Arquitecto: M. Isabel Ollivary.

Viernes 25 de Septiembre de 2015, 23:55