"El encargo"


              A José Mardónes lo habían enganchado catorce años atrás, un verano extrañamente caluroso. Al principio lo contrataron de  mesonero, pero cuando descubrió que su pasión era leer, había hablado con el capataz y conseguido virar a puestero, lo que le daba el tiempo suficiente como para leer largas horas del día y muchas de noche.
         Había descubierto la “verdadera escritura”, como decía, una tarde en que mataba minutos esperando subir al bus que lo devolvería a Natales.
         Sin proponérselo se había encontrado mirando las vitrinas de una libreria de viejo en calle Magallanes. Se acordó de su amigo Barría, lector como él; le compró dos novelitas de cowboys. Cuando estaba pagando vio, detrás del dependiente, un librito que le llamo la atención: Esquilo. Pensó que eran las memorias de un esquilador y lo compró sin ojearlo.
                  Dos días después al llegar al aislado rancho de puestero se dispuso a leer la historia de un esquilador. Sorprendido, no imaginó que la novela se construía con sólo diálogos. Pensó en tirarlo y leer de nuevo esa novelita rosa que escondía para que Barría no se burlara, pero decidió terminar al menos una de las historias: “Agamenón”
                  Eso marco un hito. A contar de ese día sus gustos literarios superaban en calidad y cantidad a los mas ávidos lectores de la Patagonia, que en esos tiempos eran muchos.
                  A los treinta y siete años había leído todos los griegos, filósofos incluidos; luego había pasado a los autores franceses, todo Hugo, Zola, Maupassant y compañía, luego los rusos, Tolstoy, Gogol, todos.
                  La tarde del veintinueve de enero, escuchó por radio un mensaje del zepelín a quien le había hecho el encargo: “Para Mardones de estancia Baguales: encargo llega 28 a esa. Dejado con Barría”
                  Mardones estaba contento, aunque debía cabalgar siete horas, aprovecharía de informar que la oveja huacha había aparecido en el puesto.
                  Cuando llegó le entregaron el encargo: lo abrió a la luz de la lampara y la negrura de la Royal brilló. Es tiempo que pruebe si yo puedo hacer escritura verdadera – pensó Mardónes, en el momento en que lo invitaban a una manito de truco.

Jueves 29 de Enero de 2015, 22:05


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