"Encuentro en Paris" (I)



            Piensa que las fachadas de los edificios de seis pisos son sobrias y elegantes. En una esquina ve una mujer alta, con los labios pintados de un rojo violento que vende flores en un carromato; mas allá, casi en la esquina del Boulvard Raspail, un mendigo extiende en el piso unos sacos a modo de alfombra y saca del bolsillo del gran impermeable que lleva puesto, un tazón de metal al que le hecha algunas monedas que hace sonar como comprobando que el sonido sea lastimero;   en la plaza de la Sorbonne un grupo de músicos afinan los instrumentos.
          Nunca previó que el niño entrara al Registro Civil.  Tal vez por esas señales del destino se llamaba Samuel, como su propio hijo, el que tuvo con Teresa antes de que se decidiera a entrar en la clandestinidad. 
          Camina a pasos rápidos pero sin que alcancen a convertirse en trote; se observa en la vidriera de una elegante joyería y, por primera vez, después de no recuerda cuanto tiempo, siente que sus labios dibujan una desganada sonrisa pues se imagina convertido en un atleta de marcha, compitiendo.
          Busca en sus recuerdos y se le amontonan. Piensa que quizá le quede poco de vida, que en algún momento recordará como en un fogonazo toda su maldita existencia. Ve a su padre con sus enormes dedos tapándole la  nariz y obligándolo a tragar un jarro de agua por no haber querido comer las lentejas ya frías; ve a su madre acuclillada en una esquina, sangrando por la nariz y temblando. Siente odio hacia ella por no hacer nada. Se ahoga, el padre lo deja respirar unos segundos para volver a forzarlo a tragar el jarro entero. Luego, con renovada violencia, le introduce la cuchara sopera llena de lentejas; se ahoga. Ahora se ve a si mismo en la escuela de ingeniería, parado frente a un enorme pizarrón con la tiza en la mano decidido a resolver la ecuación diferencial que hace un mes y medio nadie puede. Siente los aplausos y chiflidos de sus compañeros cuando termina y al profesor Aranguiz alzando el pulgar. Alcanza a divisar como Teresa le envia un beso y, extrañamente, agita un pañuelo en medio de la grosera algarabía de sus compañeros.


(Puede que continúe)

Viernes 7 de Agosto de 2015, 22:00

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