"Robo en la Joyería" (II)


       Los largos minutos que Miguel había estado de pie, desconcertado, le produjeron un súbito cansancio.
       - “¿Quiere un café? ¿Un té tal vez? ¿Un jugo de naranja? Tengo un pequeño freezer en la salita del fondo. Venga, acompáñeme”
       La mujer se levantó, rodeó el mostrador y cuando pasó frente a Miguel, lo tomó de la mano y dijo:
       “No tenga miedo, no  muerdo, bueno, de vez en cuando lo hago, pero son mordeduras deliciosas”
       La mujer caminó arrastrando a Miguel como si fuera su lazarillo. Llegaron a una pequeña sala, tenuemente alumbrada por una luz amarilla. En el centro de una mesa de madera y sobre un individual de papel se ordenaban una cafetera,un azucarero y dos tazas.
       - “Siéntase cómodo… no me ha dicho su nombre ¿A ver, déjeme adivinarlo?: su cara me sugiere el nombre de Esteban, sí, Esteban o Sebastian, ¿Roberto, tal vez?”           
       - “¡He dicho que se siente! Ah, bueno, tal vez necesite tener su pistola a mano… vaya a buscarla si quiere, mientras tanto yo pondré agua y le prepararé el mejor café que haya probado, es colombiano ¿sabe? el mejor café del mundo….”
       Miguel necesitaba un par de minutos para recobrar el sentido así es que decidió hacer lo que la mujer prácticamente le ordenaba. Salió del cuarto y se dirigió a la caja en dónde había dejado el revólver. Antes de tomarlo dio una mirada a su alrededor. Nunca se había imaginado como era una joyería elegante.
       - “Oiga, mire todo lo que quiera mientras yo hago el café, pero no se tiente con nada, si algo desaparece, yo soy la que responde”, escuchó decir a la mujer desde la sala.
       Miguel tomó el arma y lo depositó al lado de la máquina calculadora para que no se viera desde el exterior. Miró con detención los anillos que se exhibían en la vitrina, inclinándose de vez en cuando para apreciarlos mejor. Nunca se había detenido a pensar en el oro, el porqué el oro era tan valioso para los hombres. Se asombró al descubrir el color que irradiaba, como si el metal devolviera una luz purificada.       
       Percibió que no escuchaba  sus pasos y al mirar al suelo vio que estaba cubierto por una gruesa alfombra marrón. Avanzó hasta otra vitrina donde se exhibían collares y pulseras. Le llamó la atención un collar de perlas irregulares; un medallón de plata con una cruz de lapizlazuli. 
       - “¿Le gustan?”
       Miguel se asustó tanto que por un instante se sintió desfallecer; la cajera le hablaba casi pegada a su oreja.
       - “Ja, ja,  no sea tímido. Ya le dije que no muerdo. ¿Sabe una cosa? En esta joyería es muy común que la gente se asuste. La alfombra es tan gruesa que no se escucha cuando alguien camina. Cuando la dueña decoró la tienda, una de las cosas caras que instaló fue precisamente esta alfombra. Si se da cuenta, en todas los negocios finos reina el silencio. Contra más silencioso sea el local, mas elegante y más caro por supuesto. Pero vamos, tengo el mejor café del mundo y  unos croissants que están deliciosos”
       Por segunda vez la cajera tomó la mano de Miguel y lo guió hasta el pequeño cuarto del fondo.
       - “Siéntese, serénese y hábleme de su vida”, dijo la cajera acercándole la taza.
       - “Si es que vamos a conocernos, lo primero es saber nuestros nombres. Yo me llamo Estefania, pero mis amigos me dicen Estefi.  Dígame ¿cómo se llama?”                                            - "Miguel"   
   - “Si, ahora que lo veo mejor, tiene cara de Miguel”
     - ¿Fuma?
     - “No”
       - “Yo si. He tratado de dejarlo, pero no puedo. Es demasiado el placer que me produce. Claro que no fumo en la tienda durante las horas de atención. Solo en las tardes, cuando se han ido todas las dependientes. Me tomo un café cargado, me fumo un cigarro y me voy al departamento. ¿Le cuento una cosa?: a veces me da por fumar un cigarro de manera muy insinuante en el paradero, como si fuera una...usted sabe. Me produce algo el saber que los que mi miran dudan si soy o no soy... Ahora me va a decir, por fin ¿que lo llevo a intentar asaltarme?”
       Miguel bajó la cabeza y miró el humo que salía de la taza. No sabia qué responder.
       - “No lo sé”  
       - “Por su apariencia se ve a la legua que no es un delincuente. Además a quién se le ocurre asaltar una joyería a las nueve y media, en un centro comercial atestado de gente, con cámaras de vigilancia y guardias cada cincuenta    metros. Perdóneme que le diga, pero es algo muy estúpido, demasiado. Debe haber alguna razón muy extraña que le ha llevado a intentar semejante disparate”
       Miguel levantó la vista y miró a la mujer.
       - “Ya le he dicho que no lo sé. No quiero hablar más del tema…”

       - “Está bien. Dejémoslo así. Pero ¿quiere que le diga una cosa? En el preciso momento que usted entró a la joyería estaba pensando en que nunca he hecho nada osado. He fumado hierba, he tomado hasta perder el sentido, pero nunca me he atrevido a hacer el amor con alguien desconocido y mire las cosas del destino… usted tiene manos grandes, pelo negro, grueso y una mirada ingenua pero varonil…”

(Continuará)

Miercoles 11 de Febrero 2015, 21:34

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