Recuerdo de Juan Luis Martinez (I)

               Recuerdo de Juan Luis Martinez (I)

               Debe haber sido a mediados de los años setenta que vi por primera vez a Juan Luis Martínez. Recuerdo que venia del colegio caminando por la calle Valparaíso con un lote de compañeros de curso. Nos sentamos en la terraza del Samoiedo y nos quedamos un rato conversando de “minas” (nos quedábamos allí hasta que aparecía un mozo y nos decía: ¿qué se van a servir?) En un momento pasó frente a nosotros un tipo alto, de pelo castaño claro y largo, cara alargada; vestía un largo abrigo safari, con bolsillos profundos. Caminaba tranquilamente pero con cierta displicencia. A pesar de su andar levemente encorvado, sugería un extraño orgullo.  Al verlo se percibía una extraña serenidad mezclada con una original rebeldía. Alguien del grupo dijo: “ese tipo es medio delincuente, peligroso, no lo miren mucho..” y otro añadió: “No, no es un mal tipo, es un poeta”, mi viejo lo conoce y dice que es muy inteligente y buena persona…”  Otro del grupo contó que hace algunos años atrás se había armado una pelea de proporciones porque el “loco Martínez” le había sacado la gorra a un cadete y la había hecho volar como platillo volador al interior del Samoiedo.
            Juan Luis llamaba siempre la atención, no pasaba desapercibido. Tenia un cierto aire de “beatnik” y desde que lo vi, me recordó al querido “ciruelo” de Punta Arenas, otro hippie como Juan Luis, que hablaba de literatura, música underground, filosofía y cine; ambos, para los que no lo conocían, eran tipos “raros”.
            A partir de aquel mediodía, lo solía ver en la Avenida Perú, caminando por la Calle Libertad o por los nortes. Siempre me despertaba curiosidad y quería ser su amigo.
            Debo decir que por aquel entonces yo estudiaba o mejor dicho, iba al Colegio Patmos. Aparte de los ramos típicos, teníamos uno que a no todos les gustaba, pero que a mi me apasionaba. Lo dictaba el director del colegio, el gran Willie Rowlands. El curso era tan entretenido que hasta el día de hoy me acuerdo de sus clases. El curso era realmente “orientador” pero de una manera absolutamente moderna. Willi, como lo llamábamos con cariño, citaba con mucho a Ortega y Gasset y  nos advertía que no debíamos convertirnos en hombre “masa”, nos hablaba de Martin Heidegger, Karl Jaspers, Soren Kirkegaard y a varios filósofos que ese entonces, para alumnos de segundo o tercero medio, eran absolutamente desconocidos.
            Deben haber sido unos tres o cuatro años después, en el café Cinema, que quedaba al frente del mítico Cine Arte y mientras esperaba a mi amigo Neco para entrar al cine, me senté a tomar un café. A los pocos minutos; llegó Juan Luis, acompañado de una mujer extrañamente atractiva y  vestida de negro. Se acomodaron en una mesa al lado de la mía, lo que me permitió escuchar lo que hablaban y he aquí la gran sorpresa: en un momento, Juan Luis dijo algo y citó a Heidegger. Luego continuó hablando mientras la misteriosa mujer guardaba silencio. Al poco rato, pronuncio dijo "Sartre", despúes H. James, Joyce.  Creo que de lo que hablaban era de la tristeza de vivir, aunque no lo recuerdo bien… Lo relacioné de inmediato con las maravillosas clases de orientación.
            A partir de ese momento me propuse conocerlo. Ya Willie Rowland me había contagiado con el bichito de la filosofía y del pensar “mas allá de las apariencias” por lo que un sujeto que leía a Heidegger, que hablaba de literatura e historia,  debía de ser un tipo lleno de inquietudes.
            Puede haber pasado un año, cuando cierto día, nuevamente en el Samoiedo, lo divisé sentado en una de las mesas que dan a la calle. Me decidí y le dije si me permitía invitarle un café. “Gra, gracias, ya es estoy tomando uno, pero siéntate" dijo, con su maravilloso y mágico tartamudeo.
           Me senté y comenzamos ha hablar. Le conté que algunos años atrás me había llamado la atención pues había escuchado sin querer una conversación y que en ella había comentado a algunos filósofos y escritores que yo había leído y que eran desconocidos. (por supuesto yo no había leído nada, y solo tenia algunas vagas ideas de sus novelas).
            Hablamos por unos quince minutos hasta que estuvo pronto a comenzar la función y, si mal no recuerdo, entramos a ver una película italiana.
            A partir de ese encuentro, nos juntábamos en el mismo café y luego emigramos a la Gelateria del Samoiedo hasta los últimos tiempos.        Por esa época creo haber comprado “La Nueva Novela” (probablemente el libro mas lucido escrito en Chile), en su primera edición, con una dedicatoria, muy parecida a la que me escribió muchos años después, en la segunda edición y que dice simplemente: “A Juan José a su amistad y todo el cariño de su amigo, Juan Luis”.
           (Continuará)

Viernes 6 de Febrero de 2015, 22:00

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