"Zacarias Zambrano" (II)

  Su decisión de quedarse en la casa paterna sólo uno meses, se fue alargando.
 Desde la adolescencia había sufrido bruscos cambios de ánimo, inexplicables tanto para sus amigos y familia, como para él mismo. Sin embargo, desde la primera vez que había empuñado el mango de un azadón o de un chuzo había sentido de inmediato un extraño equilibrio, una suave ecuanimidad en su juicios, una serenidad en su diálogos interiores,  como si esas tradicionales herramientas de campo tuvieran un efecto mágico en su interior.
 Se levantaba al amanecer y comenzaba desmalezando las grandes extensiones que bordeaban la parcela de sus padres, para luego, en la tarde, dedicarse a la parte cuidada del jardín. A veces se detenía y observaba maravillado una simple brizna de hierba o un cerezo en flor. Gozaba el embriagador aroma dulzón del jazmín o los azahares de los limoneros. Tanta era su pasión por todo lo que brotaba de la tierra que cuando se daba la tarea de extirpar cizaña, sentía una leve culpa.
  El trabajo diario lo dejaba exhausto pero se iba a dormir feliz y sintiéndose pleno. Además, la disciplina auto impuesta también estaba produciendo efectos beneficiosos no buscados: su  peso y, sobretodo su panza, había disminuido considerablemente.

 Sus antiguos camarada lo llamaban los fines de semana para compartir en alguna fiesta. Zacarías encontraba siempre un motivo para negarse, pues sábados y domingos los  dedicaba a recorrer los montes circundantes a la propiedad. Además, comenzó a molestarle el lenguaje procaz con que hablaban. Le parecía que esas palabras eran una especie de graznido provenientes de un ave degenerada.

(Continuará)

Jueves 29 de Octubre de 2015, 20:45

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