Carmen piensa que lo que lleva en su vientre es algo vivo.
Hace casi un mes que lo siente moverse. Nunca, ni por un minuto, ha pensado en quitarle
la vida: seria como suicidarme dijo, cuando una amiga se lo sugirió.
Vuelve a recordar lo que tantos le
han repetido en la ultima semana: “si no haces algo, no sabes lo que se te viene
encima”
Son las cuatro de la tarde de una
tarde calurosa. Camina por el centro de la ciudad. Se detiene
en las vidrieras de una tienda de bebés. Le sorprende lo costosos que son los
coches; más caros que la bicicleta que le compró a su sobrino en la navidad
pasada.
Tiene ganas de comer algo; daría
cualquier cosa por saborear un helado de pistacho y sonríe al decirse: empacho.
Sigue caminando sin rumbo. Al llegar
a la Avenida Recoleta se marea y decide sentarse en un escaño de la plaza.
Frente a ella juegan dos niños de ocho o nueve años. Piensa en su niño o niña y
cierra los ojos para imaginar que ya han pasado diez años y que ahora esta
tejiendo y mirando como juega. Se acaricia el vientre con ambas manos y estira
las piernas. Está sola. Piensa que si es niña le pondrá Soledad.
Todos; papá,
mamá, tías y amigas le han dicho que tiene que pensar muy bien en lo que hará.
Carmen intenta concentrarse en ello pero no sabe muy bien qué es precisamente
lo que tiene que pensar.
Estoy sola. Tendré un hijo. No tengo trabajo ni dinero para mantenerlo. Su padre le ha dicho que no financiará un error pero
que sí podría ayudar a solucionarlo; su madre, con una frialdad que no le
conocía le ha dicho esa misma mañana: aborta. Nadie ha pensado en su hijo, es
como si no existiera para nadie, como si para todos él no escuchara lo ella escucha.
De pronto el sueño la vence y se
deja llevar por los gritos y la algarabía de los niños que juegan cerca. Abre y
cierra los ojos intermitentemente deseando que la realidad que vive acabe
pronto. Se lleva ambas manos a la cara y dos lagrimas frías corren por entre
medio de sus manos y mejillas.
Entre sueños se ve a si misma en un
hospital público suplicando por comida para su hijo. Enfermeras y doctores
pasan por su lado sin siquiera mirarla, mientras ella intenta gritar pidiendo
que alimenten a su hija, pero de su boca no sale ni un sonido. Se va quedando
dormida.
La despierta la voz y el olor de un
borrachito. Se aparta. El viejo de nariz y mejillas rojas le sonríe con una
boca desdentada.
- "¿Sabía que usted puede escuchar con las manos lo
que su hijo le está diciendo? Pruebe señorita. El la guiara"
Carmen
lo mira sorprendida.
- “Porque la veo triste, sola y angustiada. Pero no debe estar
triste ni sentirse sola. Va a tener un hijo. El la guiará; solo debe
aprender a escucharlo”
El viejo se levanta un tanto
tambaleante y lo ve alejarse. El olor a vino rancio se va luego que una suave ráfaga
de viento le refresca la cara.
Vuelve
a acariciarse el vientre con las dos manos.
Siente
una extraña alegría. Se levanta. Camina de prisa hacia un local de venta de lotería.
Dicta los números con la mano en el vientre.
- “Cuato, ocho, do, tre, cero y
cuato”
Viernes 30 de Enero 2015, 23:50