"Recuerdo rehabilitante"


Recuerdo rehabilitante"

           Hace apenas unos días Kevin salió en libertad después de cumplir una condena de tres años y un día.  Se sube a un bus. Busca entre los pasajeros. Se detiene en el pasillo y observa a una rubiecita elegante e inofensiva. Observa que en sus rodillas descansa un computador blanco. “Ella será fácil” -  se dice.  Observa que lleva un rosario en la mano muy parecido al que tenia su abuela y con el que cada noche lo bendecía, haciéndole una cruz en la frente. Casi en el mismo momento en que ha decidido arrebatárselo, la niña le sonríe. Kevin se imagina la cara de su abuela y le promete que nunca más.

Sábado 31 de Enero de 2015;  2:45

"Marraqueta"

           
            Carmen piensa  que lo que lleva en su vientre es algo vivo. Hace casi un mes que lo siente moverse. Nunca, ni por un minuto, ha pensado en quitarle la vida: seria como suicidarme dijo, cuando una amiga se lo sugirió.
            Vuelve a recordar lo que tantos le han repetido en la ultima semana: “si no haces algo, no sabes lo que se te viene encima”
            Son las cuatro de la tarde de una tarde calurosa. Camina por el centro de la ciudad. Se detiene en las vidrieras de una tienda de bebés. Le sorprende lo costosos que son los coches; más caros  que  la bicicleta que le compró a su sobrino en la navidad pasada.
            Tiene ganas de comer algo; daría cualquier cosa por saborear un helado de pistacho y sonríe al decirse: empacho.
            Sigue caminando sin rumbo. Al llegar a la Avenida Recoleta se marea y decide sentarse en un escaño de la plaza. Frente a ella juegan dos niños de ocho o nueve años. Piensa en su niño o niña y cierra los ojos para imaginar que ya han pasado diez años y que ahora esta tejiendo y mirando como juega. Se acaricia el vientre con ambas manos y estira las piernas. Está sola. Piensa que si es niña le pondrá Soledad. 
        Todos; papá, mamá, tías y amigas le han dicho que tiene que pensar muy bien en lo que hará. Carmen intenta concentrarse en ello pero no sabe muy bien qué es precisamente lo que tiene que pensar.
            Estoy sola. Tendré un hijo. No tengo trabajo ni dinero para mantenerlo. Su padre le ha dicho que no financiará un error pero que sí podría ayudar a solucionarlo; su madre, con una frialdad que no le conocía le ha dicho esa misma mañana: aborta. Nadie ha pensado en su hijo, es como si no existiera para nadie, como si para todos él no escuchara lo ella escucha.
            De pronto el sueño la vence y se deja llevar por los gritos y la algarabía de los niños que juegan cerca. Abre y cierra los ojos intermitentemente deseando que la realidad que vive acabe pronto. Se lleva ambas manos a la cara y dos lagrimas frías corren por entre medio de sus manos y mejillas.
            Entre sueños se ve a si misma en un hospital público suplicando por comida para su hijo. Enfermeras y doctores pasan por su lado sin siquiera mirarla, mientras ella intenta gritar pidiendo que alimenten a su hija, pero de su boca no sale ni un sonido. Se va quedando dormida.
            La despierta la voz y el olor de un borrachito. Se aparta. El viejo de nariz y mejillas rojas le sonríe con una boca desdentada.
-       "¿Sabía que usted puede escuchar con las manos lo que su hijo le está diciendo? Pruebe señorita. El la guiara"
Carmen lo mira sorprendida.
            -“¿Porqué me dice eso?”
            - “Porque la veo  triste, sola y angustiada. Pero no debe estar triste ni sentirse sola. Va a tener un hijo. El la guiará; solo debe aprender a escucharlo”
            El viejo se levanta un tanto tambaleante y lo ve alejarse. El olor a vino rancio se va luego que una suave ráfaga de viento le refresca la cara.
Vuelve a acariciarse el vientre con las dos manos.
Siente una extraña alegría. Se levanta. Camina de prisa hacia un local de venta de lotería. Dicta los números con la mano en el vientre.
            - “Cuato, ocho, do, tre, cero y cuato”

Viernes 30 de Enero 2015, 23:50



"El encargo"


              A José Mardónes lo habían enganchado catorce años atrás, un verano extrañamente caluroso. Al principio lo contrataron de  mesonero, pero cuando descubrió que su pasión era leer, había hablado con el capataz y conseguido virar a puestero, lo que le daba el tiempo suficiente como para leer largas horas del día y muchas de noche.
         Había descubierto la “verdadera escritura”, como decía, una tarde en que mataba minutos esperando subir al bus que lo devolvería a Natales.
         Sin proponérselo se había encontrado mirando las vitrinas de una libreria de viejo en calle Magallanes. Se acordó de su amigo Barría, lector como él; le compró dos novelitas de cowboys. Cuando estaba pagando vio, detrás del dependiente, un librito que le llamo la atención: Esquilo. Pensó que eran las memorias de un esquilador y lo compró sin ojearlo.
                  Dos días después al llegar al aislado rancho de puestero se dispuso a leer la historia de un esquilador. Sorprendido, no imaginó que la novela se construía con sólo diálogos. Pensó en tirarlo y leer de nuevo esa novelita rosa que escondía para que Barría no se burlara, pero decidió terminar al menos una de las historias: “Agamenón”
                  Eso marco un hito. A contar de ese día sus gustos literarios superaban en calidad y cantidad a los mas ávidos lectores de la Patagonia, que en esos tiempos eran muchos.
                  A los treinta y siete años había leído todos los griegos, filósofos incluidos; luego había pasado a los autores franceses, todo Hugo, Zola, Maupassant y compañía, luego los rusos, Tolstoy, Gogol, todos.
                  La tarde del veintinueve de enero, escuchó por radio un mensaje del zepelín a quien le había hecho el encargo: “Para Mardones de estancia Baguales: encargo llega 28 a esa. Dejado con Barría”
                  Mardones estaba contento, aunque debía cabalgar siete horas, aprovecharía de informar que la oveja huacha había aparecido en el puesto.
                  Cuando llegó le entregaron el encargo: lo abrió a la luz de la lampara y la negrura de la Royal brilló. Es tiempo que pruebe si yo puedo hacer escritura verdadera – pensó Mardónes, en el momento en que lo invitaban a una manito de truco.

Jueves 29 de Enero de 2015, 22:05


"Truco"


            Aunque Campos no usaba espuelas; bastaba un leve movimiento de sus talones  para que su caballo, Obispo, comenzara el trote; una mínima presión más y mutaba  suave al galope.
        El flaco Campos no sólo era callado, también muy despierto, tanto que antes de enflaquecer,  aun en el colegio, era apodado Bruto Campos.
       Aquel día, a las diecisiete horas, terminado el cerco del ultimo brete, se le dio por recordar; los Salesianos; el cura Tolic, que siempre lo sacaba al pizarrón para gozar de su talento matemático -  “podrías llegar a ser Domingo Sabio” – solía decirle; su primer quilombo; la sumergida en el estrecho para ganar una apuesta de mil escudos; su primer trabajo como vellonero.
     Según Oyarzo y Barría, el flaco estaba enviciado con el juego. No había día que no invitara. Sacaba los naipes ajados con una rapidez de malabarista y, como callado que era, solo los mostraba y levantaba las cejas. Pero tenia razón en jugar tanto. En el ultimo año eran pocas las veces que alguien le ganaba, y el que hacia pareja iba a la segura.
            Ese día Campos estaba seguro que si ganaba confirmaría lo que desde niño había sospechado: “se puede predecir un resultado del azar; no hay azar, sólo hay que saber leer lo que ocurre un instante antes de que la suerte decida” – le había dicho al austriaco jackeruse cuando vaticinó que, aunque Jara iba adelante quedando solo cien metros para la meta, ganaría Vitelli.
            Si ganaba la partida del truco de esa noche, pediría permiso para ir a Natales; jugaría a los dados, y si todo resultaba, ganaría lo suficiente para llevar a su hijo a esa clínica del norte en la que, le aseguraban, hacían maravillas.
            Pero extrañamente esa noche perdió y la culpa no fue de Mardones; Oyarzo y Barría se entendieron a las mil maravillas y ganaron las tres patas.

Miércoles 28 de Enero 2015; 22:20


"La hermana"

  
            Eran las seis de la tarde pero ya la noche era inminente. Las primeras estrellas, como pequeños puntos solitarios, comenzaban a aparecer en el cielo negro.
         Ya va siendo hora que se lo diga al hermano – pensó.
        Habían transcurrido dieciocho meses desde que la había conocido en el convite de los argentinos. A los tres días después, no se contuvo el deseo de volver a verla y pidió permiso en la estancia; fue a la ciudad y, armándose de valor, se dirigió al domicilio que ella le había anotado en un papel amarillo con letra diminuta. Después de tocar el timbre y escuchar dos campanadas distintas, le había dicho: “Me perdonará el atrevimiento, Ayelén, pero sería bonito que aceptara pasear conmigo y, si le da apetito, almorzar donde usted disponga”. La respuesta no lo hizo esperar. Pasearon todo el día por la ciudad, recorrieron tres veces la Avenida Errázuriz, y llegaron hasta el barco oxidado de 21 de Mayo.
            En la tarde, al despedirse con beso breve pero intenso, Ayelén le pidió que mantuvieran todo en reserva.  
     - "Sobre todo con mi hermano" 
     - “No se preocupe, Ayelen, nada a nadie”.
          Pero después de casi un año y medio era hora. Terminada la jornada, alimentó la fogata, dispuso la lámpara para que iluminara la mesa y preparó agua para el mate.
                 Primero llegó Campos luego Mardónes, pero del hermano de Ayelén, ni rastro. Para esperar, propuso jugar al truco con muerto. A las diez y media,  cuando ya era hora y no valía la pena alimentar más al fuego, apareció Barría contando que se le había perdido una oveja.
        No es ésta la noche para infidencias, para otra vez será cuñadito - pensó Oyarzo. 

Martes 27 de Enero de 2015, 22:48.