MM, como el chocolate, me apresura, me dice: ¿Y hoy?
Bueno, hoy brevemente lo que sigue: hace muchos, muchísimos años envidiaba a
los jugadores de tenis porque les pagaban por hacer lo que les gustaba. A la
vuelta de los años, me doy cuenta, que también pertenezco a esa selecta minoría
afortunada. Llevo veinte años haciendo clases y aun siento un gusto, una
satisfacción indescriptible que, además de gozar lo que enseño, la relaciono
con la convicción que lo hago bien. Pero me esfuerzo. Me gusta pero significa
renuncias. Hoy, por ejemplo, con la prueba de la “institución” mañana a las 15,
dejé muchas horas de la tarde a preparar un buen envoltorio para Bergson, Husserl
y, como dicen los siúticos, el estagirita. Pero valió la pena; creo que la
clase salió redondita. Siempre vale la
pena. Hace un tiempo, después que mis alumnos me eligieran como… (seria mucha
vanidad decirlo) un conocido me preguntó cómo hacia para tener tan buena
llegada con los estudiantes. Mi respuesta fue quizá medio azucarada pero no
por eso menos cierta: amándolos mucho.
Miercoles 7 de Enero de 2015, 22:45.
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