San Pedro: una carpa, dos personas. (X)
Anoche, cuando escuché el teléfono,
supe inmediatamente que eras tú. Prendí la luz del velador, me arregle el pelo y
levanté el auricular: supuse que habías reflexionado sobre lo que te escribí:
pero no, seguías con el mismo tono. Dos veces lo mismo, dos llamados con la
misma rabia incomprensible. Me dolió como me trataste, mucho más de lo que
supones.
De verdad Eduardo, que no entiendo
porque tanta rabia conmigo. Si crees que te hago mal o que en estos momentos no
me necesitas, dímelo, lo entenderé. Lo que te pido es que tengas un mínimo de
empatía no solo conmigo, sino con tu madre, tu hermana, tus amigos, todos
pendientes y preocupados. Solo puedo imaginar por lo que estás pasando, pero
créeme que por más que lo pienso, no encuentro explicación a tu comportamiento,
no solo a lo que dices, sino cómo lo dices. Te amo Eduardo y amar es, entre
otras cosas, estar siempre con el otro, sentir al otro, alegrarse con sus
alegrías y entristecerse con sus tristezas. Puede sonar cliché, pero si tú te
sanas yo también me sano, si tú sufres, yo también. Mi felicidad es que tú seas
feliz. Al parecer no eres feliz y me pregunto si soy la culpable. Me has dicho
que soy una de las razones por la que estás dando la pelea. Puede que sea así,
pero tus palabras, cada vez que hablamos, dicen otra cosa. Lo último que me
dijiste anoche fue “todo es tan fácil para ti…”: no podía creer lo que
escuchaba. Si supieras, si supieras...
Claudia
(Continuará)
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