San Pedro:
una carpa, dos personas. (V)
Al llegar al pequeño rio
que separaba la quebrada, Eduardo puso sus dos manos sobre los hombros de
Claudia y dijo:
“Estoy enfermo, mucho. No
tengo buen pronóstico, no me gusta decir el nombre de la enfermedad pero es una
especie de cáncer a la sangre. Sé que este viaje era muy importante; para ti y
para mi; pero ya ves como es la vida. Ahora tengo dos posibilidades: mi viejo
me quiere llevar a Inglaterra porque dice que ahí están lo mejores
tratamientos, estadísticamente hablando. Aun no me decido. Si te has preguntado
porque no he hecho nada y he hablado poco, ya conoces la respuesta. Esto lo
sé desde hace aproximadamente dos semanas. Cuando me lo dijeron pedí que no me
mintieran: sin tratamiento no me quedan mas de tres meses; con, puedo durar un
promedio de veinte o más. Todo depende. Supieras lo que tuve que hacer para que
mis viejos me dejaran venir estos cuatro días.
Eduardo suspiro profundo y
se quedó mirando el delgado hilo de agua que corría por el riachuelo.
Claudia sintió las piernas débiles; tragó varias veces y no pudo decir
nada. Sabia que Eduardo no mentiría con algo así, por lo que la verdad se
transformó en una completa oscuridad en su interior. No podía hablar. No podía
caminar. Se quedó quieta mirando el río, sintiendo que su vida también se iba
con esa agua cristalina como las lagrimas que le corrían por dentro.
(Continuará)
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