“Cerrajero” (XVI)
Al entrar al restaurante escogió una
mesa del fondo, junto a la ventana. Aunque no era un cliente habitual un mozo
lo reconoció. Después de ordenar un Ceviche y media botella de vino
blanco, comenzó a ojear el diario
dominical. Repasó mentalmente lo que había hecho la noche anterior y volvió a
sentirse feliz y seguro. Pensó en hacerlo nuevamente esa noche, idea que
rechazó rápidamente. No era la adrenalina ni la posibilidad de encontrar algo
muy valioso lo que lo inducia, sino el poder; el saberse capaz de penetrar en la intimidad de un hogar sin ser
descubierto.
Al terminar el almuerzo dejó una
buena propina y caminó hasta el puerto. Compró un helado y se sentó en un
escaño a observar el movimiento de naves. A las cuatro de la tarde emprendió el
regreso.
(Continuará)
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