"Teoría del Caos" (V)


    Muchos de los habitantes del pueblo, especialmente los pescadores, suponían que Artog pasaba los cuarenta años. Sin embargo, recién estaba por cumplir los treinta y tres. Esto se supo cuando Artog fue a votar y una apoderada de mesa, curiosa, se fijó con detalle en la cédula de identidad, esparciendo la información. Las mujeres que, en general, lo encontraban atractivo y misterioso, se preguntaban si acaso era soltero, casado o separado.
            Fernando, el dependiente de la librería, comentaba que Artog compraba sólo tubos de pintura que encargaba especialmente. Lo extraño, decía, es que siempre pide los mismos cuatro colores: azul, amarillo, rojo y verde y, de vez en cuando, una botella de trementina y uno que otro pincel.
     Mas de alguna mujer, movida por la posibilidad de conquistarlo, había buscado infructuosamente en internet información de pintores pero no había conseguido nada. El misterio  aumentaba y, poco a poco, se iba convirtiendo en el tema del pueblo.


(Continuará)

Martes 30 de Junio de 2015, 20:45

"Teoría del Caos" (III)



            El único que tenia acceso a la vida interna de esa casa era don Juan, el jardinero,  pero nadie había sido capaz de sacarle una palabra acerca del misterioso dueño. Juan era un hombre de pocas palabras y de alguna manera también un personaje curioso y extravagante. Había sido profesor de matemáticas y luego de un “episodio” había decidido dejar el colegio en donde había enseñado por más de quince años para dedicarse por completo a cuidar jardines de las casas de veraneantes santiaguinos. Al igual que Artog se desplazaba en bicicleta, acarreando su cortadora de pasto, demasiado grande para su vehículo. Pero no le sacaban palabra, más cuando había dejado de beber pues el médico le había advertido que la ingesta le gatillaba los episodios.

(Continuará)

Lunes 29 de Junio 2015, 22:30


"Teoria del Caos" (III)



     Frente al comedor, una terraza de madera en forma circular otorgaba una vista panorámica a la bahía; en el declive, comenzaba un jardín con especies de plantas y flores desconocidas en la zona. Un poco más abajo se  apreciaba un inmenso gomero de la india.
      Artog había llegado a ese pueblo costero hacia mas de tres años, pero en todo ese tiempo los habitantes nunca habían obtenido mas información que meras especulaciones; que era un hippie de los sesentas convertido súbitamente en millonario; un exiliado retornado que había amasado una fortuna en Polonia; un ejecutivo de éxito que había renunciado a todo para dedicarse por completo a la pintura.
    Recibía pocas visitas y, cuando éstas llegaban no salían al restaurante del pueblo.  Les llamaba la atención que, teniendo un auto muy moderno, las pocas veces que iba al pueblo a comprar, lo hiciera en una bicicleta desvencijada.



(Continuará)

Domingo 28 de Junio 2015, 23:55

"Teoria del Caos" (II)


       La pieza del comedor, de paredes blancas, estaba atiborrados con retratos antiguos. Artog nunca reveló si eran antepasados o simplemente los había escogido por sus rostros expresivos.     Sobre la mesa de caoba negra envejecida un florero azul y una rosa blanca. Las sillas que rodeaban la mesa oscura eran vienesas y sobre ellas almohadones verdes.
   A los costados del pasillo se iban alineando los cuartos. El primero, más bien pequeño, estaba destinado a invitados. La segunda, mas amplia, tenia un gran ventanal rodeado por jazmín del cabo y ofrecía vista al mar. En el verano el jazmín inundaba la pieza con  lejano aroma.
   El tercer cuarto, el más amplio de todos, tenia una pequeña chimenea y la cama estaba flanqueada por dos veladores de madera. Sobre ellos, unas lámparas antiguas de bronce envejecido. Cubría la cama, una enorme colcha azul tejida a crochet que por su tamaño, hacía pensar cuanto tiempo había demorado en tejerse. También en éste un gran ventanal permitía admirar la vastedad del océano.
     Contiguo a la gran pieza  una puerta conducía a un baño espacioso con lavatorio de vidrio.

(Continuará)

Sábado 27 de Junio de 2015, 23:55


"Teoria del Caos" (I)




     Artog ordenaba. Se percataba que el desorden que ordenaba tenia una cierta simetría. Se podía adivinar una voluntad misteriosa detrás de ese aparente encuentro de objetos disimiles que decoraban su casa. Por el pasillo aparecían, como envejecidas alumnas formadas en un convento, una serie de máquinas de coser Singer.         
      En el comedor  mantenía  siempre encendido el fuego de la chimenea; en invierno con abundante leña, en el verano, poca. Es el hogar, la hoguera, decía.  Enfrentando la chimenea había un gruesa alfombra de lana gruesa y roja. A los lados, adornaba la pared una extensa biblioteca y, en un extremo de ella y sobre una silla, mantenía una montura chilena (le gustaba mirar el chiporro blanco iluminado por el fuego) En el otro extremo, un paragüero en el que sobresalían el caño de una escopeta y tres bastones.

(Continuará)

Viernes 27 de Junio de 2015, 23:55