Un niño de siete años recorre las playas que bordean el estrecho de
Magallanes. Se sorprende con los
pequeños vidrios de colores desgastados y redondeados ásperamente por la
fricción constante contra las piedras. Siente el frio intenso pero superficial
del viento que le da en la cara. Levanta piedras y se pregunta si estaban
cuando estaban los dinosaurios. Mira las suaves olas; se agacha y sumerge sus
dedos en el agua preguntándose si acaso en ese momento toca todos los mares del
mundo. Sigue caminando por el borde costero y, de vez en cuando, se detiene para
comprobar como va achicándose el auto en donde lo esperan sus padres.
Prende una fogata y vuelve a asombrarse con el intenso color
naranja del fuego y el humo azul; lo alimenta con algas secas y una que otra
madera seca y liviana que encuentra en la arena.
Se calienta las manos con las pequeñas lenguas de fuego que
salen de la hoguera y vuelve a mirar el estrecho. Cierra los ojos con la
intención de volver a abrirlos y ver en la mitad del estrecho el buque de
Hernando de Magallanes. Los abre y no
está.
Siente que si la soledad tiene un paisaje, es el que
contempla en ese momento.
Diez años después vuelve a sentir la misma sensación cuando
lee, en un cuento de Cortazar, la siguiente frase: … “ cómo en esos golfos del
estrecho de Magallanes donde no entra nadie, nunca…”
Domingo 21 de Junio 2015, 22:00
Domingo 21 de Junio 2015, 22:00
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