Pablo,
al cumplir veinte años, le prometió a su abuela que nunca más se metería en
problemas. Ésta le había entregado parte de sus
ahorros para que su hijo naciera en un buen hospital. Pablo nunca olvidó
el gesto. Dos años después volvió a verla para entregarle parte de lo prestado.
Ella se negó pero le hizo volver a prometer lo mismo, delante de Mónica y su
hijo.
“Pablito, Pablito, tu eres
inteligente y puedes salir adelante sin hacer tonteras” le había dicho una
semana antes de morir.
Y así fue. Después de buscar trabajo
durante meses, logró encontrar un puesto como
peoneta de reparto. El dueño había hecho excepción pues no aceptaba
trabajadores con los papeles “sucios”. Sin embargo, Pablo supo responder con
responsabilidad a la confianza depositada. Durante un año no faltó ni un solo día a su
trabajo; al siguiente, le dieron la responsabilidad de hacerse cargo de las guías
de despacho. Al cumplir tres años en la empresa, lo llamó el dueño para
proponerle un ascenso lo que suponía comenzar a ganar casi el doble.
“Mire Montoya, estoy sorprendido con su buen desempeño. Creo que es hora de reconocer su esfuerzo. Le
quiero proponer que se haga cargo de las visitas de clientes en cuatro comunas.
Ganará el doble; pero es necesario que
cuente con un vehículo. Comenzaría a mediados de junio"
Pablo pensó inmediatamente que los
dos millones de pesos que él y su mujer habían ahorrado para el pie de la casa
a que estaban postulando, podían emplearse en comprar el vehículo.
Esa misma noche habló con su mujer. No
le costó mucho convencerla. Durante tres fines de semana buscaron el mejor
hasta que por fin se decidieron por un modelo pequeño, color amarillo y con
dos franjas negras que lo cruzaban. Lo compraron en exactamente la misma
cantidad ahorrada. El domingo lo dedicó a limpiarlo obsesivamente. Estaba
feliz.
(Continuará)
Domingo
30 de Agosto de 2015, 21:00
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