En mil novecientos sesenta y ocho Javier heredó la biblioteca de su abuelo. Como no cabían en ninguna pieza, los miles de libros se llevaron al sótano y, a falta de estanterías, se alinearon en rústicos cajones de manzana. En mil novecientos setenta comenzó a vender los libros para comprarse un equipo de buceo. Los vendía barato, pero con una extraña modalidad: cuando alguien le preguntaba cuanto pedía por “La Montaña Mágica”, por ejemplo, Javier solo decía “una cantidad”. Frente a la imprecisión, el comprador insistía en fijar el monto. Javier respondía irónicamente que se contentaba con una “buena” cantidad.
La herencia bibliográfica la consumió en tres años. Nunca se compró el equipo de buceo que había visto en una revista de desnudos femeninos, pero cada cierto tiempo se embarca en una lancha y mira el fondo del mar pensando que en alguna grieta de la plataforma continental, descansa su abuelo.
Lunes 27 de Julio de 2015, 23:00
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