La araña reposa en un seco y empolvado rincón. Su esbelta
estructura descansa en sus huesos y éstos se ocultan bajo una delgada piel
protegida por suaves, brillantes y pelos negros. Dos blancos colmillos,
afilados como cuchillos nuevos, relucen como medias lunas. Sus ojos, caídos, buscan algo que vuele desprevenido.
Cada mañana la lenta labor de entrecruzar ordenadamente los
hilillos para fabricar la tela: la diagramación perfecta según las
instrucciones acumuladas a lo largo de millones de años.
Luego espera, y a la más tenue vibración, todo su cuerpo se tensa
como el arco de un guerrero macedónico. Va en busca de su alimento (podría
hacerlo con los ojos cerrados). La resistencia del animalito volador le parece
más una actuación inútil porque no hay escape posible; toda
resistencia será vencida.
Come lo justo y, de vez en cuando, deja algo para los días
de mucho sol en los que el alimento escasea.
De vez en cuando se aventura mas allá de su solitario
rincón; viaja con el mismo bendito material con que tapiza su morada y
caza sus presas. Se siente más cómoda con la gravedad en sus pies, pero cuando
decide aventurarse, no le teme a la gravedad.
Sábado 25 de Julio de 2015, 24:59
Sábado 25 de Julio de 2015, 24:59
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