"Viaje en Micro" (I)



    No hay caso, no se me ocurre como continuar el cuentico ese, por lo que a contar de hoy, sólo escribiré pequeñas reflexiones hasta que baje la inspiración.
     Desde hace aproximadamente un mes viajo casi todos los días a Valparaíso en micro; no siempre el estacionamiento de la oficina esta desocupado y, por otro lado, el excesivo costo de los estacionamientos públicos me obliga. Pero, y esto no es de ahora, sino que se remonta a mi infancia magallánica, siempre me ha gustado viajar en micro, o bus como decía mi padre.

     El único requisito que pido es que tenga asiento disponible, lo que generalmente ocurre pues el paradero en donde espero  debe ser el segundo o tercero desde el comienzo del recorrido.  Me instalo con el querido bolso Velez sobre las piernas y saco mi libro. Comienzo a leer hasta que en la ventana aparece el  mar azulino de las mañanas; entonces me distraigo y miro su piel rugosa, los barcos que arriban a puerto, o alguna gaviota trasnochada. Varias veces pienso lo mismo: ¡que afortunados somos los que vivimos en esta ciudad!      
         En la recta Salinas retomo la lectura hasta que nuevamente, cerca del Club de Yates de Recreo, vuelvo a mirar por la ventana el precioso océano pacifico. Las tardes, lo mismo, aunque más dedicado a observar. Hoy, martes 21 de Julio, se sentó a mi lado una niña de unos veinte años. Al rato me di cuenta de que de la boca de su cartera sobresalía la cabeza de un pequeño perro. Iniciamos la conversación. El perro era un Chihuahua, se llamaba Cobú, tenia cinco meses, se lo habían regalado para el cumpleaños. Después de veinte minutos de entretenida conversación se bajó. Seguí leyendo (Alexandros, V Massimo Manfredi) y a los pocos minutos me dije: “Albricias! ya sé de que escribir en la  noche”

Martes 21 de Julio de 2015, 21:0


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