A pesar del “préstamo” de su amigo, decidió ahorrarse el
colectivo y caminar las treinta cuadras que lo separaban de su pensión. Durante
el trayecto fue inútil que rechazara una y otra vez la propuesta. Siempre
surgían nuevas preguntas: ¿Cuánto podría obtener?; ¿Qué riesgos existían?; si
algo salía mal, ¿cuántos años le darían?
De pronto se sentía entusiasmado: “sería solo para hacerme
un pequeño capital” , “un par de veces y nada más”; “no tengo antecedentes, y
eso ayudaría, en el peor de los casos” pensaba.
Al pasar frente a una botillería se sintió tentado de comprar
una petaca de ron y una Coca-Cola, sin embargo el recuerdo de mañanas
sin desayuno, lo disuadió.
“Con usted quería hablar” dijo Arturo, con displicencia.
“Diga”
“Creo que estaré solo un par de semanas, por lo que quiero
adelantar el pago; ¿está su mamá por ahí?”
“Cancéleme a mí; yo le entrego el recibo mañana”
“No, no, no. Prefiero pagarle a ella directamente” dijo Arturo y, empujándolo suavemente
para que le abriera paso, entró.
Al llegar a su cuarto se sacó las zapatillas, prendió un
cigarro y se recostó sobre la cama.
Sacó el papel en donde había anotado el teléfono de “Verdecito”:
“Mañana lo llamo y despejo las dudas”
(Continuará)
Viernes 4 de Diciembre de 2015, 23:55
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