Arturo
cambió las monedas por dos billetes de diez mil pesos y los guardó en su ajada billetera plástica.
Caminó hasta el restaurante. Al llegar divisó de inmediato a Verdecito que
estaba acompañado de una mujer. Se iba acercando a la mesa cuando su antiguo
amigo se levantó.
-“Compadre, te quiero presentar a mi
amiga Francisca” La voz de Verdecito no era la usual; ahora era dulzona y
empalagosa. Arturo iba a estrechar la mano de la mujer, pero ella, súbitamente,
se acercó y lo besó en la mejilla.
Arturo
alcanzó a ver un gesto de desagrado en la cara de su amigo. Se sentaron a la
mesa y pidieron el menú.
Durante
todo el almuerzo Verdecito no paró de hablar, contando anécdotas falsas
del liceo. Arturo solo fruncía el ceño y
señalaba no recordar las historias en las que Verdecito aparecía como un héroe;
que había sido elegido el mejor jugador de fútbol; que había peleado a combos
con el matón del liceo defendiendo a una compañera, dejándolo inconsciente de
un solo puñete; que la profesora de artes plásticas se había enamorado de él;
que le habían dado un premio de “eselencia” A medida que transcurría la tarde y
consumía cervezas, volvía a repetir las historias, agregándole algún condimento
que las hacia parecer aun mas falsas.
De
vez en cuando Arturo y Francisca se miraban y sonreían complices, como
espectadores de un mal monólogo. Cerca de las seis de la tarde Francisca dijo
que tenia que irse. Se despidió de Arturo con un beso y Verdecito la acompañó
hasta la puerta del restaurante.
-“¿Qué
te pareció?” preguntó Verdecito.
-“Bonita.
Pero no la pude conocer mucho… imagino que es simpática”
-“Es
re pituca… el papa tiene tres micros; mi sobrino le maneja una maquina…”
- “¿Y,
pasa algo?
-“En
eso estoy: es media escurridiza la cabra…pero es cuestión de tiempo compadre”
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