Roberta
pidió un café cortado y galletas. Durante los primeros minutos Betancourt no
paro de hablar, contando anécdotas de cuando trabajaba en el hospital; de sus
tiempos de estudiante; de sus compras de antigüedades: historias poco
apropiadas para contárselas a una mujer que recién estaba conociendo.
De
pronto le pareció que su verborrea era contraproducente. Se vio a si mismo
gesticulando exageradamente y se avergonzó. Después de todo, pretender a una
mujer que doblaba en edad, era un disparate, pero la mirada de Roberta era una
invitación constante a experimentar sensaciones que creía olvidadas.
A la
media hora Betancourt logro recuperar la serenidad.
-“He
hablado demasiado Roberta; cuénteme de usted”
-“Qué
quiere que le cuente don Aldo, no se me ocurre qué es lo que le pueda interesar
de mi vida…”
-“Lo
que quiera y pueda contarme Roberta: donde nació, si está casada, dónde vive, sus padres, en
fin…, es sólo por curiosidad, no me mal interprete”
-“Nací
en el sur – Curanilahue - ; mi padre trabajó mucho tiempo en el campo de unos
austriacos, bueno, en verdad eran alemanes, pero él siempre hablaba de los
austriacos. Tengo un hermano menor que ha tenido problemas… con la justicia…pero
mejor ni acordarme. A los veinticinco años me fui a Santiago a trabajar de empleada.
Allí conocí a una persona y nos vinimos a vivir aquí. Esa relación termino el
año pasado. Ahora arriendo una pieza en la casa de una amiga peluquera. De lo
que gano, la mitad se lo envió a mi
madre; soy soltera, no tengo hijos, aunque me gustaría mucho tener uno”
Mientras
Roberta hablaba Betancourt se sentía extasiado. Aunque era evidente que Roberta
no tenia mucha educación, hablaba con seguridad y desplante. En un momento
Betancourt se sustrajo del embrujo que le producía y advirtió que había algo en la mirada Roberta
que lo intrigaba: detrás de aquella sinceridad bien podía estar latiendo un
diminuto corazón lleno de dulzura y bondad o uno amargo, lleno de odio y
resentimiento bien disimulado.
(Continuará)
Sábado 6 de Diciembre de 2015, 23:55
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