Betancourt
fue donde la costurera. Hacia mas de treinta años le arreglaba la ropa. De
vuelta pasó a ver a su hermana Paola, una profesora de matemáticas, jubilada
como él, la que siempre había sido su consejera; Aldo confiaba en su criterio.
Le
contó brevemente sobre la contratación de Roberta. Su hermana, perspicaz, se
dio cuenta de inmediato que había algo más.
Betancourt no pudo ocultarlo; su sonrisa y el brillo de sus ojos lo delataban.
-“Hermanita,
te confieso: pocas veces en mi vida he sentido una atracción tan fuerte y
repentina por una mujer. Sé lo que me vas a decir pues yo también lo he
pensado. Pero mira: ya tengo testamento hecho y todo quedará para tus hijos,
por lo que, económicamente, no tienes de que preocuparte”
-“Bueno:
esa era la primera preocupación. Pero la segunda es que temo puedas enamorarte
como un adolescente… y resultes herido”
-“Si
lo sé, pero es un riesgo que quiero tomar”
Betancourt
se dio el tiempo de contarle qué sabia de Roberta. Le dijo que cuando estaban en el café, había pensado que detrás de esa dulzura podía haber
escondida maldad o bien, un corazón generoso.
-“No
descartes que también puede haber algo de desilusión o tristeza…” dijo Paola.
Cerca
de las dos se despidieron y Betancourt volvió a su casa.
Antes
que alcanzara poner la llave, Roberta abrió la puerta.
-“Como
le fue don Aldo ¿cómo esta su hermana?
-“Bien..
pero como supo que pasaría a verla?
- “Usted
mismo me lo dijo…”
-“Ha,
lo había olvidado”
-“Don
Aldo; hoy vino un tal Arturo para decirle que por cualquier trabajo que
requiriera, lo llamara. Quedó en pasar mas tarde"
-“Si,
buen cabro ese Arturo. Lo despidieron…. Lo tendremos presente”
(Continuará)
Viernes 11 de Diciembre de 2015, 21:30
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