A
Betancourt le costaba disimular la excitación que las últimas palabras de
Roberta le habían causado. Después de la extendida conversación, decidió
invitarla al cine. Roberta se negó
aduciendo que al otro día tenía que trabajar en la casa de un "señor" muy exigente.
Betancourt no insistió. Al día siguiente, don Aldo se dedicó a ordenar su casa,
guardando el álbum de fotos familiares, la ropa de su mujer que aun mantenía en el closet
y cualquier rastro de su vida pasada.
Se
probó las tenidas que había comprado, mirándose al espejo sonriendo, viéndose como un adolescente. Durante la tarde volvió a ver por milésima vez “Lo que el viento
se llevó” en su primitivo Betamax. En la noche, le costó conciliar el sueño pensando
que en veinticuatro horas vería nuevamente a Roberta.
A
las siete treinta sonó el despertador y Betancourt saltó de la cama como si le
hubiesen llamado para alguna urgencia, aun sabiendo que Roberta no llegaría
sino a las nueve de la mañana.
Después
de afeitarse, se duchó, cantando. Cuando estuvo listo, bajó a la cocina y se
preparó un desayuno liviano.
A
las ocho y cincuenta y cinco, sonó el timbre. Betancourt se demoro unos
instante en abrir.
-“¡Pero
qué madrugador! ¿Cómo está don Aldo?
-“Bien
pues. Que gusto verla Roberta, pero pase, pase”
Después
de comentar el tiempo y las noticias, Betancourt le explicó el funcionamiento de
la lavadora, la ubicación de la plancha y el lugar en donde se mantenían las
cosas del aseo.
-“Roberta;
tengo que salir para que me arreglen la basta de unos pantalones que compré
ayer y luego pasaré un momento a ver a mi hermana… llegaré como a la hora de
almuerzo… siéntase como en su casa”
(Continuará)
Miércoles 9 de Diciembre de 2015, 22:00
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