Sábado 28 de Febrero 2015, 20:45




Intercambio  (I)
                                                    Estoy cansado de llevarme puesto. 
                                                                                                        Osvaldo Soriano


         Cada mañana voy a dormir a las afueras del Banco Sudamericano. Me encanta sentir cómo, poco a poco, el sol, a medida que transcurre la mañana, me va calentando el lomo; cuando el lado izquierdo ha alcanzado la temperatura justa, me levanto, estiro mis patas delanteras todo lo que puedo, luego hago lo mismo con las traseras, abro mi hocico hasta su máxima expresión, saco mi lengua, echo mis orejas hacia atrás, doy una mirada a mi alrededor y me vuelvo a tender, ahora del lado derecho para que los rayos del sol continúen su trabajo.

        Antes solía dormir en las afueras de la Carnicería de Don Pancho, pero desde que murió y sus hijos se hicieron cargo, comenzaron a espantarme, incluso con escoba. Los descendientes no siguieron con la bondadosa costumbre de tirarme, de vez en cuando, algún hueso para entretenerme, por eso emigré y por consejo de un quiltro viejo me instalé en las afueras del Sudamericano.

          Paso ahí casi todas las mañanas. A veces me despierta la voz angustiosa de algún parroquiano que habla por celular a la salida del cajero automático.
         En los últimos años (llevo cuatro retozando frente a sus enormes puertas de vidrio) he notado que, contra mayor angustia percibo en la voz de algún ser humano, se hace más probable que la palabra “pesos” aparezca con frecuencia.


         De todos los clientes que percibo, hay uno que desde el primer día me llamó la atención: es un hombre de unos cuarenta años, un tanto regordete que suele llegar agitado y casi siempre al borde de las dos de la tarde. Al principio me sorprendió el calorcillo húmedo y agridulce que emanaba de sus zapatos,  más tarde el que me dijera “hola negro” y después el que en un melancólico día de invierno se pusiera a llorar silenciosamente frente al cajero automático.

(Continuará)

Viernes 27 de Febrero 2015, 21:45

Una nueva vida (XI)

               Al llegar a su pieza, le pareció que la miraba por primera vez. Se sentó al borde de la cama desecha. Observó el cheque, miró lentamente cada uno de los seis ceros de la cifra; sacó de su chaqueta el fajo de billetes  que aun tenia y lo depositó sobre el velador. De pronto sintió la imperiosa necesidad de mirarse al espejo; se incorporó tambaleante y fue al baño. Se miró por largos minutos y recordó su infancia; las peleas con su padre; las lágrimas de Laura implorándole que no la dejara; las tantas veces que algún policía lo había despertado en la playa después de una noche de borrachera.            
             Lo invadió un sentimiento de soledad, desamparo y tristeza. Sintió un súbito calor en todo su cuerpo. Cerró los ojos con fuerza. Pensó en el crucifijo dorado. Quiero comenzar una nueva vida, pero no aquí – se dijo, mientras dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
         Sacó del desvencijado botiquín el revólver, puso el caño en su mentón y apretó el gatillo.

Fin


Jueves 27 de Febrero 2015, 22:10


Una nueva vida (X)

             - ¿Qué color dijiste que te gustaba?
         - El negro. Bueno, jugaré todo lo que he ganado: quinientos mil francos al rojo. O lo doblo o perderé todo.
         La mujer abrió su boca asombrada; por unos momentos el silencio se volvió espeso. La bolita parecía no querer detenerse. 
    - ¡Rojo, el catorce!
    - ¡Un millón, un millón! No lo puedo creer.
    - Y bueno, hay días y días, dijo Louis intentando dominar el efecto que el golpe de suerte y diez vasos repletos de ron le producían en su lengua y equilibrio. Fueron a la caja y cambiaron las fichas. El cajero extendió un cheque.
         - Un millón, señor Dubois. ¡Felicitaciones!
     - Gracias. Ha sido una noche maravillosa, gracias.
         - Espero volver a verte, dijo la joven.

        - No te preocupes, nos veremos seguido dijo Louis, acariciándole la cara mientras imaginaba la firmeza de los senos juveniles; reparó en un pequeño crucifijo de oro que brillaba sobre el pecho cobrizo y moteado de pecas.

(Continuará)

Miércoles 25 de Febrero 2015, 20:30



Una nueva vida (IX)

    - ¡Negro el cinco!
    - ¡Pleno, pleno, pleno! Exclamó con entusiasmo la mujer. Miró a Louis, lo abrazó y lo besó efusivamente en ambas mejillas.
  - Has sido muy generoso, gracias. Espero que sepas conservarlo, dijo Louis con una leve sonrisa.
    - Bien, ahora no juegues más hasta que sientas que puedes esperar con frialdad a que la bolita termine de rodar.
    - ¡Maestro!, dijo la joven con admiración
  - Si no andas con alguien, acompáñame, ven conmigo, aprenderás mucho.
   - Encantada. 
    Mientras se dirigían a la mesa, Dubois sintió las miradas de admiración: la joven lo había tomado del brazo.
   - Mira, ¿qué color te gusta más, el negro o el rojo?
      - El negro.
   - Bueno, entonces jugaré cien mil francos al rojo.

      En menos de una hora había sumado y sumado. Mientras posaba las fichas sobre el tablero, podía sentir el cuerpo de la joven cada vez mas cerca: el sutil roce de su brazo con sus senos turgentes, el calor del ron que pedía cada media hora, el dinero, las miradas. ¡Todo era como antes! Cerca de la madrugada, la mayoría de los viejos jugadores lo rodeaban y celebraban cada vez que acertaba. 
       A las tres de la mañana sintió que era hora de llegar al extremo; cambió todas las fichas ganadas por cinco de cien mil francos cada una.

(Continuará)

Martes 24 de Febrero 2015, 21:00

Una nueva vida (VIII)

       Era Maximiliano, el hijo mayor de Carlos Michaux, uno de los pocos amigos que alguna vez le había prestado dinero, lo suficiente para sobrevivir un invierno.
         - ¿Que tal Max, que cuenta tu padre?
      - Ahí anda, con su nueva señora, mi cuarta mamá...
     - Y bueno, tu viejo siempre fue tentado… envíale mis saludos. Toma, aquí tienes, son las diez fichas con las que acerté un semipleno hace un rato.  -     
       - Gracias. Necesitaba una ayudita… no ha sido una buena noche.
         - ¡Siete rojo! , exclamó el crupier.
Dubois volvió a ganar, y en menos de una hora ya había acumulado cien mil francos. A medianoche, salvo por alguna seguidilla de malas jugadas, ya había acumulado unos doscientos mil francos.
         - Bueno, descansemos un poco. Veamos las bellezas que adornan la noche – dijo, guiñándole al crupier.
         Recorrió las mesas. Volvió a encontrarse con la mujer que momentos atrás le había sonreído y que permanecía solitaria.
         - ¿No ha sido una buena noche?
La mujer, de no más de veinticinco años, lo miró sorprendida y esbozó una sonrisa. Sus dientes blancos contrastaban con su piel tostada. Era tan alta como Louis y con apariencia de extranjera.
         - No. Pero es la primera vez que juego y perdí todo en minutos; ahora me entretengo mirando.
        - Mire, el secreto de ganar en la ruleta es mantener la cabeza fría; si la bolita siente tu ansiedad, de seguro no se detendrá en la casilla que has elegido.
         - Probemos. ¿Cual es el número que menos le gusta?
         - El cinco, dijo la mujer.
     - Bien, tome, juega al cinco - dijo Dubois, entregándole diez fichas.
         - Pero es mucho dinero…
         - No se preocupe. El dinero va y viene.
Mientras la mujer alargaba su brazo para alcanzar el número cinco, Dubois disfrutó ver el cuerpo joven, esbelto y elástico. Tomó un trago largo y posó su mano sobre el hombro desnudo de la joven.

(Continuará)