Un momento precioso de mi
adolescencia fue cuando una tarde de otoño invité a Mónica a tomar helado al Coppelia; fue el año
1975. Ambos teníamos dieciséis años.
Recuerdo que ella estaba nerviosa. Sabia que en cualquier momento intentaría
besarla. Durante toda la tarde no me habló mas que trivialidades que no
armonizaban mucho con un beso. Yo también estaba nervioso. Me gustaba mucho. Al
final, cuando nos despedimos en la esquina de Providencia con Los Leones, la
besé. No volví a saber de ella, hasta que treinta y seis años después tuve por
alumna a su hija y me contó que había muerto.
Domingo 1 de Febrero de 2015, 22:10
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