La
última vez, hoy será la última vez de muchas cosas – se dijo. Deslizó su mano
debajo de la cama y alcanzó la botella de ron, que a manera de salvavidas,
guardaba en ese lugar. Bebió sin respiro un tercio de la botella. De inmediato
sintió la quemante sensación que revivía la perdida seguridad en si mismo. Se
dirigió al diminuto baño. Guardó el revólver en el botiquín. Se peinó corrigiendo la raya del pelo tres veces; abrochó el botón superior de la camisa, ajustó la corbata
y sonrió. Admiró su sonrisa y, por primera vez en años, volvió a sentir la
sólida sensación de saberse importante. Salió del hotel y se dirigió al Casino. Al cruzar el umbral del recinto, un guardia le cerró el paso.
- Usted sabe señor Dubois que el Casino se
reserva el derecho de admisión…
- ¡Qué
se ha imaginado! Llame al supervisor inmediatamente.
Al
llegar éste, Luis le relató el incidente, que consideraba una falta de respeto.
Mientras hablaba, sentía como iba reconquistándose, cómo su voz salía desde un
recóndito y abandonado lugar en el que aun quedaban tonos de autoridad.
- - Está bien señor
Dubois, pase, pero le ruego que no se embriague y no haga escándalo como la
ultima vez.
-
Louis sacó desde
el hinchado bolsillo interior de su chaqueta un billete de mil francos y lo
puso con displicencia en el bolsillo de la camisa del guardia.
-¡Para
que no se olvide con quien está tratando!
En la caja compró veinte mil francos
en fichas. Se paseó por las mesas observando, tratando de encontrar algún
conocido para descargar en él esa rabia que con los años se había ido
acumulando, pero todas las caras le eran extrañas. Se sentó en la mesa del único Crupier que en los últimos años lo había saludado.
-
Bienvenido señor Dubois.
- ¿Cómo
has estado Michel? Que gusto volver a verte.
- Aquí
señor. Ya son veinticinco años en esta misma sala.
Con un dejo de desinterés colocó diez fichas entre el siete y el veintiocho. El crupier miró sorprendido
la torrecilla de fichas.
- ¡Como
en los viejos tiempos, don Louis!
(Continuará)
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