La mañana del 25 de febrero Luis despertó convencido que el sobre,
tan esperado, le cambiaría la vida. Eran las once y ese rectángulo de papel que
lo aguardaba en la oficina de correos, contenía el dinero necesario para
iniciar una nueva vida. Llevaba mucho tiempo viviendo en los límites; las
mujeres que antes se le acercaban como alfileres a un imán, ahora apenas
reparaban en él; los amigos, en otros tiempos siempre rondándole, desde hacia ocho
años que a lo más levantaban una ceja para saludarlo.
Cruzarse con ellos en el
dominical paseo por la Avenida Lachaise le dolía. Se le apretaba el corazón al
verlos tan satisfechos y contentos con ellos mismos, tan conscientes de ser los
dueños de automóviles limpios y brillantes, de casas confortables con piscinas
y empleadas puertas adentro. En mañanas como estas solía preguntarse en qué
momento había equivocado el rumbo, en qué segundo había decidido mal. Cada vez que pensaba estas cosas,
comenzaba acariciándose la frente con la palma de la mano; primero con suaves
deslizamientos y luego restregándosela ansiosamente; fruncía el ceño, se mordía
los labios, contraía el rostro y quedaba largo rato con una mueca amarga. Finalmente se rendía: por lo menos eran sólo tres pasos los que bastaban para
tomar la botella de ron, llenar el vaso y dejar que el fuego líquido derritiera
sus tormentos. Poco a poco había ido deslizándose hacia el fracaso y la
amargura. La pobreza lo mordía cada mañana. Si el domingo en el hipódromo no
daba con el caballo ganador que le susurraba a algún jugador inexperto o éste
no compartía parte de lo ganado con él, no existía otra alternativa que seguir
adelgazando.
(Continuará)
Martes 17 de Febrero 2015, 21:31
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