Una nueva vida (VIII)
Era Maximiliano, el hijo mayor de Carlos Michaux, uno
de los pocos amigos que alguna vez le había prestado dinero, lo suficiente para
sobrevivir un invierno.
- ¿Que
tal Max, que cuenta tu padre?
- Ahí
anda, con su nueva señora, mi cuarta mamá...
- Y
bueno, tu viejo siempre fue tentado… envíale mis saludos. Toma, aquí tienes,
son las diez fichas con las que acerté un semipleno hace un rato. -
- Gracias. Necesitaba una ayudita… no ha sido una buena noche.
- ¡Siete
rojo! , exclamó el crupier.
Dubois volvió a ganar, y en menos de una hora ya había
acumulado cien mil francos. A medianoche, salvo por alguna seguidilla de malas
jugadas, ya había acumulado unos doscientos mil francos.
- Bueno,
descansemos un poco. Veamos las bellezas que adornan la noche – dijo,
guiñándole al crupier.
Recorrió
las mesas. Volvió a encontrarse con la mujer que momentos atrás le había
sonreído y que permanecía solitaria.
- ¿No ha
sido una buena noche?
La mujer, de no más de veinticinco años, lo miró sorprendida
y esbozó una sonrisa. Sus dientes blancos contrastaban con su piel tostada. Era tan alta como Louis y con apariencia de extranjera.
- No.
Pero es la primera vez que juego y perdí todo en minutos; ahora me entretengo
mirando.
- Mire,
el secreto de ganar en la ruleta es mantener la cabeza fría; si la bolita
siente tu ansiedad, de seguro no se detendrá en la casilla que has elegido.
-
Probemos. ¿Cual es el número que menos le gusta?
- El
cinco, dijo la mujer.
- Bien, tome,
juega al cinco - dijo Dubois, entregándole diez fichas.
- Pero
es mucho dinero…
- No se
preocupe. El dinero va y viene.
Mientras la mujer alargaba su brazo para alcanzar el
número cinco, Dubois disfrutó ver el cuerpo joven, esbelto y elástico. Tomó un
trago largo y posó su mano sobre el hombro desnudo de la joven.
(Continuará)
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