Recuerdo
de Juan Luis Martínez (III)
Así lo hice. Aun recuerdo que el día siguiente
era 8 de diciembre y ese mismo día me puse a estudiar doce horas diarias, de
lunes a domingo, durante dos meses y medio.
Llegó marzo y aprobé todos los ramos.
Después de rendir el ultimo examen, fui a ver a Juan Luis. Le conté cómo había
estudiado sin parar durante casi tres meses, siguiendo su consejo y cual había
sido el resultado.
“Bi, bi, bien. Aho, aho, ahora
renuncia si quieres, si de verdad te quieres dedicar a escribir, renuncia, vie,
vie, viejito” No lo hice.
Esa misma tarde conversamos acerca
de la vocación literaria y me dijo otra cosa que ha permanecido siempre en mi
memoria. Me preguntó cuanto realmente me gustaba escribir. Le conteste que
mucho. Me volvió a preguntar: si te gusta tanto como dices ¿cuánto tiempo le dedicas a escribir? Muy poco, le respondí. Entonces, me dijo: No,
no te gusta tanto como dices. Imagínate que te meten de cabeza en un balde con
agua. Desde tus entrañas surgirán las ganas de sacar la cabeza y respirar.
Bueno, un verdadero escritor siente ese tipo de necesidad, vital, si no la
sientes así, bahhh, olvídate, eres solo un amateur. Puedes ser un abogado que escribe, pero nunca serás un escritor...
Juan
Luis podía decir ciertas cosas que descolocaban, pero siempre las decía con
la mejor intención, muchas veces en tono de burla o irónicamente pero siempre con cariño. No le gustaban las mentiras, y menos en el arte.
Y así fueron pasando los años.
Reconozco que fui un tanto ingrato, porque cuando más lo veía era cuando estaba
solo. Apenas llegaba una mujer a mi vida, los encuentros se espaciaban.
Como he contado desde principios de
los ochenta nos juntábamos en la Gelateria, Juan Luis, Moraga, Mauricio
Barrientos y poetas que viajaban desde Santiago para conocerlo. No siempre
conversábamos de literatura. Yo era el que menos hablaba pero creo que el que
más gozaba del conocimiento de todos los integrantes del grupo y, por supuesto
de las bromas pesadísimas que se echaban unos a otros; pienso que contra mas
sensibles las personas, mas capacidad tienen para detectar el punto más débil
de alguien. Eran conversaciones llenas de erudición y humor en que a veces se
mezclaba con alguna idea de el mas complicado de los filósofos o con alguna anécdota del borrachito de la
esquina. Siempre me sentí un privilegiado por la oportunidad de compartir con ese grupo de
fantásticas personas. Pero aquí viene lo paradójico: muchas veces, después de
hablar de temas medios cabezones, nos íbamos a jugar a los Flippers en el
edificio Portales. Y ahí pasábamos dos o mas horas dándole a las bolitas del
Flipper, a veces terminábamos con las yemas rojas de tanto apretar los
botones,. En medio de la algarabía y las bromas, nos apasionábamos por el
juego. Orlando Walter Muñoz solía salir siempre campeón.
Recuerdo que en algún invierno de
principio de los ochenta, caminábamos por la calle Valparaíso. De sopetón nos
encontramos con que José Donoso caminaba en sentido contrario. Juan Luis se
acercó a saludarlo y Donoso lo reconoció al instante. Lo convidamos a tomar un
café en el Samoiedo grande. Nos sentamos en una de las mesas del fondo y
estuvimos conversando unas tres horas. La verdad es que no recuerdo mucho de lo
que hablamos (porque más bien hablaban ellos), pero fue una tarde muy entretenida.
Era divertido observar como dialogaban dos mentes brillantes y con cierta
tartamudez; citaban con frecuencia a escritores ingleses como Oscar Wilde, Henry
James. Wordworth, Blake y otros por el estilo; pero también hacían referencias
al cine, la arquitectura, la historia, etc.
Creo que por esos mismos años Juan
Luis me convidó a pasar el año nuevo en su casa con Eliana, sus hijas, Alita y María
Luisa. También estaba invitado Orlando Walter Muñoz, Mauricio Barrientos, Hernán
Contreras, y otros. Después de una buena comida, al llegar las doce, nos abrazamos
y nos deseamos las mejor de las suertes. Al poco rato Mauricio Barrientos
comenzó a sentir sed, por lo que Juan Luis le propuso que fuéramos a la casa de
un vecino (el papa de Blanca si mal no recuerdo). Como éramos una patota de
unas seis o siete personas, la verdad es que no nos recibieron muy convencidos.
Al poco rato, como Mauricio insistía que tenia mucha sed, Juan Luis se las
agencio para abrir un pequeño dispensario desde donde sacó una botella de
Whisky. Creo que se produjo una pequeña discusión con el dueño de casa, pero
Juan Luis logró el propósito de apagar la sed de Mauricio.
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