Los largos minutos que Miguel había
estado de pie, desconcertado, le produjeron un súbito cansancio.
- “¿Quiere un café? ¿Un té tal vez? ¿Un
jugo de naranja? Tengo un pequeño freezer en la salita del fondo. Venga,
acompáñeme”
La mujer se levantó, rodeó el mostrador y
cuando pasó frente a Miguel, lo tomó de la mano y dijo:
“No tenga miedo, no muerdo, bueno, de vez en cuando lo hago, pero
son mordeduras deliciosas”
La mujer caminó arrastrando a Miguel como
si fuera su lazarillo. Llegaron a una pequeña sala, tenuemente alumbrada por una
luz amarilla. En el centro de una mesa de madera y sobre un individual de papel
se ordenaban una cafetera,un azucarero
y dos tazas.
- “Siéntase cómodo… no me ha dicho su
nombre ¿A ver, déjeme adivinarlo?: su cara me sugiere el nombre de Esteban, sí,
Esteban o Sebastian, ¿Roberto, tal vez?”
- “¡He dicho que se siente! Ah, bueno,
tal vez necesite tener su pistola a mano… vaya a buscarla si quiere, mientras
tanto yo pondré agua y le prepararé el mejor café que haya probado, es colombiano
¿sabe? el mejor café del mundo….”
Miguel necesitaba un par de minutos para
recobrar el sentido así es que decidió hacer lo que la mujer prácticamente le
ordenaba. Salió del cuarto y se dirigió
a la caja en dónde había dejado el revólver. Antes
de tomarlo dio una mirada a su
alrededor. Nunca se había imaginado
como era una joyería elegante.
- “Oiga, mire todo lo que quiera mientras
yo hago el café, pero no se tiente con nada, si algo desaparece, yo soy la que
responde”, escuchó decir a la mujer desde la sala.
Miguel tomó el arma y lo depositó al lado
de la máquina calculadora para que no se viera desde el exterior. Miró con
detención los anillos que se exhibían en
la vitrina, inclinándose de vez en cuando para apreciarlos mejor. Nunca se
había detenido a pensar en el oro, el porqué el oro era tan valioso para los hombres.
Se asombró al descubrir el color que irradiaba, como si el metal devolviera
una luz purificada.
Percibió que no escuchaba sus pasos y al
mirar al suelo vio que estaba cubierto por una gruesa alfombra marrón. Avanzó hasta otra vitrina donde se
exhibían collares y pulseras. Le llamó la atención un collar de perlas irregulares;
un medallón de plata con una cruz de lapizlazuli.
- “¿Le gustan?”
Miguel se asustó tanto que por un
instante se sintió desfallecer; la cajera le hablaba casi pegada a su oreja.
- “Ja, ja, no sea tímido. Ya le dije que no muerdo. ¿Sabe
una cosa? En esta joyería es muy común
que la gente se asuste. La alfombra es tan gruesa que no se escucha cuando
alguien camina. Cuando la dueña decoró la tienda, una de las cosas caras que instaló fue precisamente
esta alfombra. Si se da cuenta, en todas
los negocios finos reina el silencio. Contra más silencioso sea el local, mas elegante y más caro por supuesto. Pero vamos, tengo el mejor café del mundo y
unos croissants que están deliciosos”
Por segunda vez la cajera tomó la mano de
Miguel y lo guió hasta el pequeño cuarto del fondo.
- “Siéntese, serénese y hábleme de su
vida”, dijo la cajera acercándole la taza.
- “Si es que vamos a conocernos, lo
primero es saber nuestros nombres. Yo me llamo
Estefania, pero mis amigos me dicen Estefi.
Dígame ¿cómo se llama?” - "Miguel"
- “Si, ahora que lo veo mejor, tiene cara
de Miguel”
- ¿Fuma?
- “No”
- “Yo si. He tratado de dejarlo, pero no
puedo. Es demasiado el placer que me produce.
Claro que no fumo en la tienda durante las horas de atención. Solo en las
tardes, cuando se han ido todas las dependientes. Me tomo un café cargado, me fumo
un cigarro y me voy al departamento. ¿Le cuento una cosa?: a veces me da por fumar un cigarro de manera muy insinuante en el paradero, como si fuera una...usted sabe. Me produce algo el saber que los que mi miran dudan si soy o no soy... Ahora me va a decir, por fin ¿que lo llevo
a intentar asaltarme?”
Miguel bajó la cabeza y miró el humo que
salía de la taza. No sabia qué responder.
- “No lo sé”
- “Por su apariencia se ve a la legua que
no es un delincuente. Además a quién se le ocurre asaltar una joyería a las
nueve y media, en un centro comercial atestado
de gente, con cámaras de vigilancia y guardias cada cincuenta metros. Perdóneme que le diga, pero es algo
muy estúpido, demasiado. Debe haber alguna razón muy extraña que le ha llevado
a intentar semejante disparate”
Miguel levantó la vista y miró a la
mujer.
- “Ya le he dicho que no lo sé. No quiero
hablar más del tema…”
- “Está bien. Dejémoslo así. Pero ¿quiere
que le diga una cosa? En el preciso momento que usted entró a la joyería estaba
pensando en que nunca he hecho nada osado. He fumado hierba, he tomado hasta
perder el sentido, pero nunca me he atrevido a hacer el amor con alguien
desconocido y mire las cosas del destino… usted tiene manos grandes, pelo
negro, grueso y una mirada ingenua pero varonil…”
(Continuará)
Miercoles 11 de Febrero 2015, 21:34
Miercoles 11 de Febrero 2015, 21:34
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