"Tarde de perro" (I)

                          

         ¿Cómo explicar como era el Juan? Son tantas imágenes las que se me vienen a la memoria que es imposible elegir solo una. Tal vez la más intensa era la forma de su rostro, un rostro acorazonado, y es que eso era el Juan, más corazón que nada.     Su cara limpia, de líneas rectas, definidas, anguladas; sus cejas delineadas y unos ojos profundos que siempre me parecieron una invitación a algo sereno y sencillo, pero sólido como el cerro que ahora miro y que pienso está desde hace miles de años.
         Me cuesta hablar de él ahora que ya no está. Hace cinco años murió mi abuelo Víctor y cuando me dieron la noticia tuve la certeza que había partido a un lugar impreciso pero definitivo; pero con Juan eso es imposible, siento que en cualquier momento aparecerá y aunque vi el ataúd negro, ni mi cabeza ni mi corazón  se convencen: creo que no lo harán nunca.
         Anoche miraba la cancha y el maldito muro; cerraba los ojos y trataba de devolver el tiempo; anoche, en la cama húmeda, me quede dormida arrepintiéndome por no haber gritado fuerte: “no vayas Juan, no vale la pena…”
      Ese día, como tantos otros, nos habíamos reunido en la cancha trece (ahora que lo pienso ¡que número maldito!) después de haber celebrado el cumpleaños del sobrino de la Jocelyn, el Sebita. Entre los obsequios, le habían regalado una pelota de fútbol profesional con la firma de un jugador de primera división, antiguo vecino del barrio.
         En nuestra población hay de todo, desde traficantes hasta gente de clase media venida a menos, como lo éramos todos en el grupo.
         Dicen que cada oveja con su pareja y debe haber sido esa especie de principio el que nos unió hace unos quince años, cuando nos conocimos: el Juan, el Caco, la Jocelyn, el Patito, el Emilio, la Pam y yo. Éramos inseparables. Quizá porque la cancha trece estaba muy cerca de la casa del Juan, es que desde niños nos acostumbramos a juntarnos allí. Además, nada se hacia sin Juan; si se nos ocurría cualquier cosa, como aquella vez que partimos a Cartagena, sabíamos que lo mejor era preguntarle al Juan; si a alguno de nosotros le pasaba algo, esperábamos que él opinara, porque Juan, Diosito lo tenga a su lado, siempre sabía qué hacer y cómo hacerlo. Tal vez por eso, cuando todos seguíamos con la vista el vuelo de la pelota que cayó en el patio de Tito Matamala, sabíamos que el que iba a ir a recuperarla era él. Y todo así, siempre era él.

(Continuará)

Viernes 13 de Febrero de 2015, 22:30


No hay comentarios:

Publicar un comentario