Cuando
el ron comenzaba a mitigar sus angustias, rememoraba las temporadas
pasadas en el lujoso Ritz, gozaba recordando la seria displicencia con la que
solía regalar un billete de mil francos al botones; el sensual interés que
despertaba en mujeres de toda edad. En aquellos años de gloria había sido
consciente que lo rodeaba una atmósfera de sofisticación y que poseía el
envidiado don de saber vivir fácilmente.
El alcohol había sido el camino equivocado, el alcohol y la soberbia. Ese líquido, maldito y amable, el mismo que durante los últimos años lo había salvado de no salir corriendo para lanzarse a las ruedas del tren. Pero hoy, después de tantos años, viviendo casi escondido en un hotel de mala muerte, todo cambiaría. No más despertares en ese cuartucho de hotel decadente, con sus papeles murales descascarándose de las paredes húmedas.
Hoy, con cien mil francos, emprendería la reconquista de ese Louis Dubois que alguna vez deslumbró con sólo su presencia.
El alcohol había sido el camino equivocado, el alcohol y la soberbia. Ese líquido, maldito y amable, el mismo que durante los últimos años lo había salvado de no salir corriendo para lanzarse a las ruedas del tren. Pero hoy, después de tantos años, viviendo casi escondido en un hotel de mala muerte, todo cambiaría. No más despertares en ese cuartucho de hotel decadente, con sus papeles murales descascarándose de las paredes húmedas.
Hoy, con cien mil francos, emprendería la reconquista de ese Louis Dubois que alguna vez deslumbró con sólo su presencia.
Abrió el
pequeño closet, sacó el traje azul a rayas y lo extendió sobre la cama. La
noche anterior había lavado su camisa blanca. Levantó el delgado colchón, y
sacó debajo la corbata verde. Los zapatos negros y lustrados brillaban cerca de
la silla. Se vistió lentamente mirándose al espejo. No. No representaba los
cincuenta y nueve años que tenía. Aún le quedaba tiempo para vivir como siempre
había soñado. Salió del hotel y se sorprendió con la luminosidad del día:
llegaba la primavera con sus cielos azules y su aire limpio y delgado.
Años que no se levantaba a esa hora.
Caminó lentamente hacia la Plaza de los Juglares. Cruzó la calle y entró a la
oficina de correos.
(Continuará)
Miércoles 18 de Febrero, 2015, 20:00
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