¡Cien mil francos, cien mil francos!
Se
recostó sobre la cama. Estiró el brazo derecho, tomó un billete: lo miró
detenidamente. Cerró los ojos y comenzó a imaginar la nueva vida que comenzaba:
no más cruzar la vereda cuando veía que en sentido contrario se aproximaba
algún antiguo conocido; nunca más revisar los basureros de los restaurantes que
bordeaban la avenida Rivarol para hacerse de un pedazo de carne; jamás volver a
soportar el desprecio del recepcionista; nunca más sentir la humillación de no
ser admitido en el Casino Royale, el mismo en el que veinte años antes había
sido amo y señor. Sin darse cuenta se quedó dormido.
Al despertar pensó que
había soñado. Sintió un cosquilleo en el mentón y sonrió apenas vio el billete
aprisionado entre su barbilla y el pecho. Abrió la ventana y en el reloj
publicitario de la plazoleta que daba a su cuarto se enteró que eran las diez
de la noche. Se sentó al borde de la cama, miró detenidamente el fajo de
billetes y apoyando los codos sobre las rodillas, posó su cabeza sobre las
manos entrecruzadas.
(Continuará)
Sábado 21 de Febrero 2015, 00:45
Sábado 21 de Febrero 2015, 00:45
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