Recuerdo
de Juan Luis Martínez (II)
Durante unos quince años nos vimos
seguido. No alcancé a conocer su mítica casa de Concón, pero muchas veces lo
visité en la de Villa Alemana, incluso algún año nuevo lo pasamos allí junto a su familia y otros poetas.
Cuando lo iba a ver hablábamos tardes enteras de libros, escritores, filosofía
y ah!, ¡política! En eso y en la idea de Dios nunca nos pusimos de acuerdo. Aunque
no discutíamos, solo intercambiábamos argumentos, pero de forma muy acalorada. Era
un labor extenuante e inútil intentar
convencerlo. Reconozco que yo solía
“picarme” pues Juan Luis siempre sacaba un as bajo la manga y ponía sobre el
tapete algún ejemplo irrefutable. Creo que el sabia que yo me desesperaba, por
ejemplo, cuando me decía que Dios no existía, que era pura necesidad de creer
en algo, equivalente a los “platillos voladores o el Santiago Wanderers” decía
burlón. Debe haber sido unos dos años antes de que muriera, en su casa, que
hablando del mismo tema me dijo: “No hay conciencia en sí, solo hay conciencia
de..” Otro de los temas, que de vez en cuando salía a relucir, era su admiración
por el Che Guevara. ¡Pero Juan Luis, si el tipo era un terrorista, solo que de
otra parroquia, otro que ocupaba la fuerza para imponer sus ideas!, le decía
yo.
En fin, salvo temas de política
y religión, todo lo demás era un festín
de ideas en que teníamos muchas
coincidencias y complicidades por lo leído y por lo pensado acerca de lo leído
y, claro, todo salpicado por su insuperable sentido del humor e ironía. Recuerdo que comentábamos algunos pasajes de
“Alicia en el país de las maravillas”, libro que adoraba, tanto como a Rimbaud y los malditos franceses. Alguna vez le dije si
acaso no era la reencarnación del
reverendo Dogson, no sólo por imaginación desbordante, la lucidez, sino también
por la lógica de sus ideas y, sobretodo, porque siempre jugaba, y sus juegos producían
un placer no solo intelectual sino también estético. Quizá si su tartamudeo era
lo que contribuía a crear un ámbito poéticamente intenso en sus conversaciones.
Respecto a su memoria de elefante,
una vez le hice una broma que le causo mucha gracia: “Mira Juan Luis, hoy descubrí
porqué te acuerdas de tantas cosas” Po, po, por, porqué vie viejito sería?…”
Porqué yo creo que no sólo tartamudeas al hablar sino también al pensar, y como
todo lo repites dos veces, se te queda en la memoria con mayor facilidad…
Debe haber sido por ese tiempo,
mediados de los ochenta, en que una tarde, mientras conversábamos en la
librería de Eliana, su compañera, su admiradora incondicional, su enfermera, su
todo, de tantos años que me atreví a mostrarle un cuento que había escrito esa
misma tarde. Creo que le gustó porque en seguida me recomendó un libro de un
tal Gustave Le Clezio, escritor absolutamente desconocido por ese entonces. A
la semana siguiente pasé por la librería y me tenia un ejemplar del que diez
años mas tarde ganaría el Nobel de literatura. Te , te, va a gus, gustar, se,
se, pa, parece a tu, tu, cuen, cuento”
Alguna vez le conté mi fascinación
por Tehilard de Chardin, al que por esa época yo leía mucho. “Te te ten cui
cuidado, no te lo vaya a descu cu cu brir tu curita confesor, por por porque
sus libros están en el Index de los libros prohibidos por tu san san santa
iglesia”, me dijo con indisimulada ironía….y, efectivamente, según supe después,
si lo estaba.
En una de esas tardes pasada en su
casa me regalo (creo que como llapa a un par de libros que le había comprado)
un retablo que conservo hasta el día de hoy. En él sale la luna, con nariz de
madera, gafas ópticas, ojos intensos y abajo, en un globo se lee: “Es inútil,
no nos comprendemos”
A Juan Luis le debo muchas cosas,
ideas plantadas en la sensibilidad, el atreverse siempre y el que en gran parte
debido a él, hoy soy, quizá un tanto a mi pesar, abogado.
A principio de los ochenta yo había
terminado con una polola de la que estaba muy enamorado. Ese quiebre
sentimental me produjo una bajón de los que te dije. Durante semanas no fui a
la Universidad y estaba medio decidido a dejar la carrera y dedicarme a la
literatura. Cierta tarde, me fui al cine Rex para no pensar en la mujer que se había
cansado de mi monumental egoísmo de aquellos tiempos. Recuerdo que era una tarde tibia de diciembre, y luego del cine
pasé a la Gelateria del Samoiedo para ver si estaba Juan Luis. Ahí estaba, me
senté, y comencé a contarle mis penas de amor. Que ese quiebre me había llevado
a preguntarme si acaso convertirme en abogado valía la pena; que la única razón
por la cual estudiaba era porque quería casarme con la “princesa” y que una
buena manera de poder trabajar y estudiar al mismo tiempo la daba la carrera de
derecho. Le dije, que estaba decidido a dejar de estudiar, que no me había
presentado a los exámenes de la temporada ordinaria, que había arrancado las
hojas de asistencia (no iba nunca) y que me habían pillado, que estaba decidido
a dedicarme a escribir.” Tu , tu, estás lo, lo, loquito. No, no, no
renuncies. Me dijo que si lo hacia, iba
a ser una decisión de la que me iba a arrepentir toda la vida. “Haz todo lo
posible, todo lo que puedas por aprobar los cinco ramos con que te quedaste
para Marzo. Si llegado Marzo, te va mal, bien. En ese caso será la propia
Universidad la que te diga: “Hasta aquí no mas llegamos, hasta luego y que le
vaya bien”, pero tú, ¡no renuncies! Te insisto, si lo haces así, siempre te
quedará un sentimiento de fracaso, de no haber luchado, de haberte rendido
antes de pelear. La vida, Juanjito, es muy difícil y estas estudiando algo que
te la puede facilitar la vida. ¡No abandones, lucha, da la batalla. Y así fue (esta noche, si es que puedo escribir
con relativa tranquilidad, se lo debo a él)
(Continuará)
Sábado 7 de Febrero de 2015, 21:45.
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