Maldito querido cigarro.
Cuando con el pulgar hacemos rodar el rodillo, se puede ver la pequeña chispa que, como una
puntiaguda lengua, amarilla y pálida, va al encuentro de ese aire enrarecido
que se enciende.
Luego, en el extremo en donde el delgado papelillo blanco
termina rodeando la salida del túnel, esas cientos de hebras de tabaco, con todas las tonalidades del cafe, hacen contacto con la llama naranja.
Se incendian con fuerza, con la pulsión que tiene el fuego cuando lo miran. El cigarro se va consumiendo al tiempo que nos va entregando esa falsa y transitoria serenidad que a veces nos da lo que nos hace mal.
Se incendian con fuerza, con la pulsión que tiene el fuego cuando lo miran. El cigarro se va consumiendo al tiempo que nos va entregando esa falsa y transitoria serenidad que a veces nos da lo que nos hace mal.
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