Salió de su departamento dejando la
puerta entreabierta. Subió rápidamente los cuatro pisos; eligió la ganzúa ya ocupada y al cabo de veinte segundos la puerta cedió. Fue directamente
al cuarto de estudio; sobre la mesa, la potente presencia del maletín. Lo abrió
lentamente, como esperando que sonara una alarma, se prendiera una luz,
ocurriera algo inusitado, pero nada; solo
escuchó el lejano bocinazo de un bus.
Prendió la linterna y la sujetó con la boca, sacó cuidadosamente un
billete de un fajo, y lo examinó detenidamente: alguna vez un colega cajero le
había explicado en qué debía fijarse para detectar un billete falso. Lo revisó
por ambos lados y no encontró ningún detalle que lo hiciera sospechoso. Cuando
se aprestaba a poner nuevamente el billete en el fajo, oyó que se abría la
puerta del ascensor; escuchó ahogadas carcajadas y alguien que llamaba al orden.
No se le ocurrió sino esconderse debajo del amplio escritorio. Pasaron algunos
segundos y las conversaciones, aunque mas distantes, continuaban. Se incorporó, fue hasta la puerta, puso el oído y respiró tranquilo: las voces provenían
del otro extremo del pasillo. Volvió al estudio, cerró el maletín guardándose el billete de cien dólares en el bolsillo de la bata.
(Continuará)
Viernes 3 de abril 2015, 23:30
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