Más tarde llego a la casa de su infancia y, contra todo
pronostico, la encontró muy similar al recuerdo que tenía. Era un
casona blanca de dos pisos que simulaba el diseño de buque, con pequeñas
ventanas redondas y un balcón curvo con barandas como pasamanos.
Todo lo demás era distinto; al frente habían construido un hotel de cuatro pisos;
en el almacén de la esquina, estaba instalada una compraventa de automóviles; en la
propiedad de sus amigos de infancia, un farmacia. Pero su casa permanecía incólume a los cambios.
Se quedó largo rato
mirándola, recuperando recuerdos. Sintio deseos de verla por dentro pero no se
atrevió a tocar el timbre. Decidió entrar al hotel y pedir que lo dejaran ir a
la terraza para contemplarla desde lo alto. No le pusieron problemas. Subió hasta la azotea y quedo maravillado al comprobar que el patio en donde habia jugado
desde niño estaba igual; el viejo naranjo ya muy rugoso habia aguantado los
embates del tiempo; el lavadero se mantenía casi idéntico. Por unos breves
instantes se vio a si mismo de siete años observando el agua que salía de la
manguera con que su madre regaba las plantas.
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