Casi al llegar a la esquina sintió un extraño presentimiento; mal
presentimiento que se confirmó cuando, al doblar, no divisó su auto querido.
Comenzó a correr en dirección al grifo amarillo, pues delante de él se había
estacionado un enorme camión que le obstruía la visión.
A
medida que se iba acercando, su rabia crecía con cada paso que daba.
La certeza la tuvo cuando, en el espacio que se suponía estaba su auto, solo
pudo ver una gran mancha de aceite sobre el pavimento.
Miró
en busca de algún cuidador o transeúnte que le diera alguna información, pero
no había nadie en los alrededores, sólo un par de quiltros jugueteando,
indiferentes. Comenzó a sentirse mareado y con nauseas. Escucho que alguien le
hablaba.
“¿Que
le pasó amigo?”
“Dejé
mi auto estacionado aquí en la mañana y no está. Era un amarillo con dos
franjas negras ¿Sabe algo? ”
“Si
lo vi, pero hace como dos horas. Lo más probable es que se lo hayan pelado, si aquí roban día por medio compadre. ¿Cóoomo se le pudo
ocurrir dejarlo por estos lados. Pero ¿sabe?, dése unas vueltas, en una
de esas los ladrones todavía andan cerca…”
Sin
despedirse Pablo Montoya comenzó a correr en dirección a Pedro de Valdivia.
(Continuará)
Lunes 1 de Septiembre de 2015, 20:30
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