Existen
personas que se obsesionan con distintas cosas; los coleccionistas con un
sello, una moneda o una simple caja de cigarrillos que les cuesta conseguir. Franco
era un obsesionado pero de otra naturaleza. Le encantaban los equilibrios de las cosas y las
buscaba afanosamente. Su madre, Perla, contaba que probablemente la fijación ocurrió
la primera vez que lo llevo al circo. Franco había quedado hipnotizado con el
caminar sobre la cuerda floja; movía la cabeza de arriba abajo y hacia los
costados al mismo ritmo que lo hacia el equilibrista. A partir de aquella tarde
de sábado su obsesión fue el equilibrio. Comenzó equilibrando el palo de escoba
sobre la palma de la mano; luego sobre un la yema de un dedo y finalmente sobre su punta.
Luego fueron varillas mucho más altas. Durante años estuvo dedicado a equilibrar
paraguas, pero no sostenidos en su mano, sino que buscando su punto de
equilibrio con el solo apoyo de su punta en el suelo. A veces, solo per segundos, conseguía que el paraguas permaneciera quieto y se veía como sus ojos vidriosos chispeaban alegría.
Cuando se casó y mientras su mujer veía interminables programas de televisión, él
se entretenía intentando mantener el control remoto verticalmente equilibrado sobre
un pliegue del cubrecama.
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