Cuando
Mario Contreau se jubiló de la universidad, todos nos sentimos huérfanos. Era
brillante, incluso cuando guardaba silencio. Aguantó estoicamente la tropa de
imbéciles que se hicieron cargo de la universidad en los tiempos difíciles;
soportó sutiles humillaciones académicas con ese serio sentido del humor que
siempre lo caracterizó. Todos los que fuimos sus alumnos y discípulos lo
admirábamos.
Tuve
la suerte de ser uno de los últimos en visitarlo en su pequeña y arbolada casa de
Peñalolen. Aunque no fue una tarde alegre, siempre que me inunda alguna
engañosa esperanza, la recuerdo. Incluso
ahora, que han pasado mas de diez años
su memoria me entristece.
Recuerdo
haber llegado una tarde silenciosa de verano. Le llevaba un pie de
limón que era su debilidad. La señora Matilde, su esposa, me dijo que don Mario dormía la siesta pero
que si gustaba lo podía esperar en la biblioteca. La llamada “biblioteca” era
un cuarto extremadamente pequeño, y sus estanterías, repletas de libros, lo
estrechaban aun más. Estuve como treinta minutos en ese cuarto sagrado, disfrutando
de la mejor selección de clásicos imaginables. Había versiones originales en francés,
italiano, alemán e ingles y, la mayoría de ellos tenían puestas notas al margen
con la inimitable caligrafía de don Mario.
Cerca
de las cinco, apareció el maestro pidiendo disculpas. Nos dirigimos al comedor
y comenzamos esa charla que ha quedado para siempre en un espacio agridulce de
mi memoria.
(Continuará)
(Continuará)
Lunes 05 de Octubre de 2015, 22:00
No hay comentarios:
Publicar un comentario