Pero
sí, tienes razón, tal vez me complico más de la cuenta. Pero es que a esta edad
no queda sino hacerse ciertas preguntas.
A
veces me da por pensar que tanto Benjamín como yo no hicimos sino representar
un papel, como en una obra de teatro.
En
la mañana, cuando aun no llegaba nadie, entré a la capilla y vi como Francisca
acariciaba el ataúd. De inmediato me percaté que solo podía mirar ese acto de
una manera fría. En un sentido, lo que veía no era nada más que una mano
acariciando la madera de un féretro. Pero después de unos momentos me di cuenta
que ese gesto expresaba un cariño que nunca iba recibir una respuesta. Ahí
estaba Francisca, con tristeza, despidiendo con amor a su marido.
Te
podría asegurar que si Benjamín hubiese visto lo mismo, hubiese pensado igual:
solo un gesto previsible dada las circunstancias. Fíjate que de las pocas
intimidades que compartimos con Benjamín hay una que siempre recuerdo. Una vez
me contó la vergüenza que le producía cualquier contacto corporal; que no soportaba los abrazos, los cariños. Que
incluso las palmoteadas en la espalda con que sus socios lo felicitaban al
ganar algún proyecto, le daban vergüenza ajena. Decía que las celebraciones de año nuevo
eran para el un momento incómodo: eso de andar abrazándose y expresando buenos
deseos le daba nauseas.
En
cambio Fernando, mi querido hijo, era todo piel, abrazos, caricias, sonrisas.
Tú misma una vez que te saludo para tu cumpleaños de manera cariñosa me miraste
y dijiste “si no fuera porque soy su madrina, juraría que no es hijo tuyo”.
Por eso te digo: como no sentir cierta envidia por un ser así.
(Continuará)
Martes 13 de Octubre de 2015, 21:30
Martes 13 de Octubre de 2015, 21:30
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