Su decisión de quedarse en la casa paterna sólo uno meses, se
fue alargando.
Desde la adolescencia había sufrido bruscos cambios de ánimo, inexplicables tanto para sus amigos y familia, como para él mismo. Sin embargo,
desde la primera vez que había empuñado el mango de un azadón o de un chuzo había
sentido de inmediato un extraño
equilibrio, una suave ecuanimidad en su juicios, una serenidad en su diálogos interiores, como si esas tradicionales herramientas de
campo tuvieran un efecto mágico en su interior.
Se levantaba al amanecer y comenzaba desmalezando las grandes
extensiones que bordeaban la parcela de sus padres, para luego, en la tarde, dedicarse a la parte cuidada del jardín. A veces se detenía y
observaba maravillado una simple brizna de hierba o un
cerezo en flor. Gozaba el embriagador aroma dulzón del jazmín o los azahares de los limoneros. Tanta era su
pasión por todo lo que brotaba de la tierra que cuando se daba la tarea de
extirpar cizaña, sentía una leve culpa.
El trabajo diario lo dejaba exhausto pero se iba a dormir feliz y sintiéndose pleno. Además, la disciplina
auto impuesta también estaba produciendo efectos beneficiosos no buscados:
su peso y, sobretodo su panza, había
disminuido considerablemente.
Sus antiguos camarada lo llamaban los fines de
semana para compartir en alguna fiesta. Zacarías encontraba siempre un motivo
para negarse, pues sábados y domingos los dedicaba a recorrer los montes circundantes a la propiedad. Además, comenzó a molestarle el lenguaje procaz con que hablaban. Le
parecía que esas palabras eran una especie de graznido provenientes de un ave
degenerada.
(Continuará)
Jueves 29 de Octubre de 2015, 20:45
No hay comentarios:
Publicar un comentario