El tío Manuel vivía en un pequeño pueblo del sur y era
cliente habitual del único bar-restaurante que había en cincuenta kilómetros a
la redonda. “Don Pincho” era más que un restaurante; para muchos era una
segunda vivienda y para los solteros casi la primera.
Tenia una gran barra
de cinco metros con sillines al estilo americano; botellas de todos los licores
imaginables, pero vacías, poblaban la colorida pared que enfrentaba a la barra;
en los extremos dos espejos que malamente reflejaban la imagen melancólica
del recinto.
Al fondo del local había un juego de la rana. En el centro
se ordenaban las mesas en forma de triángulo.
A las seis de la tarde comenzaban a llegar los jugadores de dominó
y, mas tarde, los de brisca.
El tío Manuel era de los pocos que prefería el ajedrez
y hacia meses que nadie le podía ganar.
En la tarde del 17 de Septiembre pasado, llego una pequeña
comitiva de artistas que iban con destino a una ciudad del sur. Mientras
almorzaban, una de las llamativas integrante del coro se acercó a don Manuel y le propuso
jugar una partida. En un momento el tío
Manuel estuvo a punto de perder, pero se refugio en un enroque que le permitió hacer tablas. Hace dos horas llegó nuevamente la niña, acompañada de su novio, para jugar la partida definitiva, la que en este momento
observo.
Domingo 4 de Octubre de 2015, 21:00
No hay comentarios:
Publicar un comentario