Pero
esa frase no me la dijo ese día. Me pidió que meditara sobre
lo que habíamos hablado y que, cuando comenzara a entender, volviera.
Esa
misma tarde comencé a experimentar cambios sorprendentes. Cuando regresaba
a la casa me puse a escuchar, no sé bien porqué, música romántica, de la que sabes no soy nada de
aficionada. Encontré un CD de Charles Aznavour que me había enviado Fernando,
cuando estuvo estudiando en Paris. Cantaba en español. Por primera vez reparé en la letra de la canción; no recuerdo exactamente cual, pero era una
historia de amor no correspondido. Empecé a imaginarme a ese hombre que amaba
sin ser amado y de pronto sentí pena, tristeza. Comencé a llorar, primero con
cierto pudor pero al poco rato desconsoladamente como creo que no haber llorado
en mi vida. Siguió otra canción, con otra historia y nuevamente la letra, alimentaba
una tristeza que brotaba de un lugar hasta entonces desconocido para mi.
Pensé en todas las personas importantes que me habían rodeado desde mi
infancia. Y mira: la primera fue la Edelmira. Ella, que siempre me había
defendido de la violencia de Benjamin, que había criado con amor, cariño y
sabiduría a Fernando, que mil veces estuvo conmigo cuando la necesité, de ella
no sabia nada. Me di cuenta que, hasta ese momento la Edelmira no era nadie para
mi: la nana, punto. Y súbitamente era una de las personas mas importantes de mi
vida. Me dieron
ganas de tomar la carretera al sur para ir a abrazarla. Me estacioné y la llamé
por teléfono. Le hablé mucho, le dije que me perdonara porque nunca la había
visto. Ella dijo: “Señora, hacia tiempo que le decía que se arrugaba mucho
cuando leía, que necesitaba anteojos” Entre medio de mis lloriqueos me saco una
sonrisa y nuevamente me percaté de la gran mujer que había tenido a mi lado por
tantos años.
(Continuará)
Viernes 16 de Octubre de 2015, 23:55
No hay comentarios:
Publicar un comentario