Aldo
Betancourt era viudo, panzón, de ojos
saltones y de sonrisa fácil y llana.
Durante cincuenta años había trabajado como
dentista en un hospital público y, con su jubilación, adquirido la ultima casa
del pasaje C del condominio “Las Vertientes”
Transcurridas apenas dos semanas desde su
mudanza, ya tenía ganada la simpatía de vecinos, conserjes y auxiliares. Gozaba
de una buena situación económica pues, aparte de lo que recibía de jubilación,
era propietario dos locales comerciales en el centro, los que le producían
buenas rentas.
Tres veces a la semana iba a un consultorio
municipal para atender gratuitamente a personas de escasos recursos.
A pesar de tener un buen automóvil, prefería
movilizarse en bus o, si era de noche, llamar a un radio taxi.
Una de sus características mas notables y
simpáticas era su caminar acompasado y extremadamente lento. Cierta vez, Marco,
uno de los conserjes, le tomó el tiempo que demoraba desde la entrada del
condominio hasta su puerta: catorce minutos, lo que a paso normal, no pasaba de
tres.
Su conversación era tan agradable que
muchos vecinos, apenas lo veían entrar al pasaje, salían al pequeño jardín
frontal de sus viviendas para entablar una breve conversación con él.
La mañana del jueves se dirigió a la caseta
de entrada del condominio preguntando por Arturo, el auxiliar que, en sus ratos
libres, hacia aseo en las casas del condominio.
"No
don Aldo, Arturo ya no trabaja más aquí. Lo despidieron. Llevaba siete ausencias en el
mes y tres lunes seguidos. El administrador se aburrió. Pero ¿sabe? si necesita
alguien para el aseo le puedo recomendar a una buena niña que ha hecho limpieza
en varias casas y he recibido muy buenos comentarios de su desempeño. ¿Quiere
que le diga que lo vaya a ver para que la conozca?"
(Continuará)
Viernes
27 de noviembre de 2015, 23:55
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