"Un mundo demasiado pequeño" (II)

     Una semana después de ese incidente, un compañero, acicateado por la curiosidad, esperó hasta tarde que Manolo se fuera del laboratorio. A las ocho treinta se apagó la luz y el compañero, de apellido Contardo, entró al laboratorio. Pulsó el interruptor; un sonido monocorde y apagado indicó que el instrumento estaba listo. Acercó su ojo derecho hacia el tubo plateado: al fondo de lo que parecía un desierto amarillo bailaba una diminuta mujer. Contardo no daba crédito a lo que veía. Reguló el diafragma y cuadró la platina. Volvió a mirar: esta vez la minúscula mujer hacia señas como una naufraga en una isla desierta que ve pasar un avión. Retrocedió un metro y volvió a acercarse lentamente. Miró por el ocular y nuevamente observó a la mujer, ahora sentada sobre una pequeña roca.
Se secó el sudor que abruptamente había humedecido su frente. Con sus dedos temblorosos retiró las pinzas que  fijaban el rectángulo de vidrio y lo puso sobre la mesa. Lo miró detenidamente y solo percibió un especie de caliza amarilla.  Volvió a poner el vidrio sobre la platina y miró. La diminuta mujer hacia un gesto obsceno con su dedo medio.
    “¿Me escucha?” dijo en voz baja.

La mujer comenzó a caminar hacia la izquierda hasta que quedó fuera de foco. Contardo movió la platina para alcanzarla pero fue inútil. Hizo varios intentos sin resultado. Miró su reloj y comprobó que ya eran las diez y media. Apagó el microscopio y salió del laboratorio.

(Continuará)

Martes 24 de Noviembre de 2015, 21:00

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