Verónica
tenia mal pronóstico. De no encontrar una cura para su extraño mal, perdería la
visión. Samuel, su marido, después de buscar durante meses algún tratamiento
que evitara o retrasara la ceguera, encontró un oftalmólogo que durante años
estaba intentando hacer realidad el trasplante de ojos. Consiguió que lo
atendiera y después de suplicarle que lo intentara con su esposa, el medico
accedió. Le hizo todo tipo de advertencias y, además, le entregó documentos que
Verónica debía firmar en notaria para desligarlo de responsabilidades si la
operación no tenia éxito.
El 2 de Noviembre los llamaron de la
clínica para comunicarle que había una donante compatible: una mujer de 33
años, la misma edad de Verónica, muerta en un accidente automovilístico dejando
un niño de cinco años y un marido
desconsolado.
La
operación no tuvo contratiempos. Cuando Verónica despertó el medico le dijo que
debían esperar una semana para quitar las vendas y comprobar si el trasplante había
dado resultados.
El 10 de noviembre, a las tres de la tarde, fecha prevista para verificar el
resultado, se presentó en el hospital el marido de la donante.
Samuel
le dio las gracias y lo invitó para que estuviese presente en el momento decisivo.
Lenta
y cuidadosamente el oftalmólogo comenzó ha desenrollar las vendas. Cuando
terminó, prendió una tenue luz; Verónica dijo ver sólo algunas siluetas; gradualmente fueron aumentando la intensidad.
Finalmente,
cuando la luz inundó la habitación, Verónica fijó los ojos en el marido de la
donante y exclamó: “Amor, pensé que nunca mas volvería a verte”
Fin
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